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Orihuela, Alicante, Spain

14.7.13

Será así







Será así,
Serenamente. Será como deseas:
un puro navegar sin prisas sobre olas claras,
porque ahora sé que las profundidades ocultas te hieren,
porque el velo y la sombra te restan belleza,
porque he visto que las tenebrosas galerías transforman tus ojos
en estrellas muertas, en desangeladas mariposas de luto y asco.

Será así, lo acepto.
Toma tú el timón, imprime el ritmo, marca el rumbo.
Que se cumpla tu deseo, pero
no me arrojes ahora por la borda;
porque el mío, mi deseo, es
que si algún amanecer, algún alba luminosa
decides poner de nuevo el pie
sobre la arena,
poder transitar a tu lado, trazar
al mismo paso y en la misma dirección que tú escojas
huellas de futuro, huellas nítidas, sin lastre,
pisadas limpias de las que ya no avergonzarse.

Será así, pero…
pero si acaso alguna ola brusca y airada,
un golpe de mar –o de martirio- nos alejase,
nos separara a bofetadas de agria sal, nos conviertese
en dos ramilletes de espumas deshechas,
recuerda, siempre, que yo no fui ningún pirata;
que no abordé tu navío para robarte tesoros —y tienes tantos…—,
que no pretendí otro botín que el de adorarte.

Yo asalté tu cubierta reclamado,
urgido por el canto de sirena de tus ojos,
atrapado por sus llamas, que fundieron en segundos
el más frío de mis hielos.
Imposible me fue desatender aquel canto,
inevitable no nadar hacia ti, a pesar
de esa voz interior que me auguraba sólo peligros, sólo
tempestad y naufragio.

Y, ya a tu abrigo, me aferré al mástil de tu piel,
—imposible desasirme de él sin un desgarro interno—
ansiando febrilmente unir tu superficie, tus texturas de porcelana
con las mías, tal vez para ti ásperas y desabridas, y sortear juntos
todas las marejadas.

Será así, vale, tú mandas…
Pero si no pudiera ser, si vieras que el mar
me arrastra sombra adentro, no sufras por mi derrota. Ruega
que las gaviotas, aunque no tengan tus ojos, tu claridad ni tu canto;
aunque no tengan el alma blanca,
quieran abalanzarse sobre mí, sobre mi cuerpo exiliado del tuyo, desterrado
del paraíso de tu carne.

Y que hagan con él lo que ellas quieran.


Noviembre de 2008


Rompiendo sombras


Rompiendo sombras los descubrí,
allí, de pronto desvelados, abiertos;
cielo y mar en hermoso revoltijo,
enlazados el puro azahar de sus espumas
y la levedad sedosa de sus nubes.

Aquellos ojos derramados, como un racimo de gaviotas,
de rayos, de corales y de fugaces estrellas.
Todo eso
en el turbador abismo de un imán que no pude,
ni quise, esquivar a tiempo.                                                                  

En ellos la fuerza, pero también la flor amarga de una lágrima.
En ellos el látigo de luz, pero
también la mordedura letal de una sombra, la dentellada
definitiva de un oscuro presagio.

Un carrusel, un vértigo aquellos ojos.
Un alba clara de olas vírgenes, y también crepúsculo frío,
temblor de naufragios. Un despertar de espumas, y un oscurecer sombrío.
Un manantial pródigo, un seco cauce aquellos ojos.
El eco desorientado del silencio tras un vendaval sonoro.

Allí, de pronto desvelados, abiertos.
Rompiendo sombras los descubrí.

Dicha y melancolía abrazadas; una tímida bahía
y un impetuoso mar sin límites. Un nítido arco iris
— arc de Sant Martí, cuando juegan a escapar a otras tierras —
entre cenizas que el viento arrastra al confín de las sombras.

Toda emoción en unos ojos. Un allegro
que hace florecer la pulpa y el carmín de los labios, y un súbito ma non tropo
que los agrieta. Acompasados violines de terciopelo
silenciados de pronto por un gong ronco y destemplado, como
un disparo que hiela –de muerte- toda sonrisa.

Tus ojos, sí, desvelados y abiertos. Los demás no existían. Sólo tus ojos.

Ante su hechizo me detuve un instante, no sé por qué ni con qué derecho,
un rápido siglo, lo justo
para sentirlos próximos y saberlos tan lejanos.

Imposible aspirar
el humo huidizo, distante, de sus pupilas;
imposible acometer
la danza fría y serena de aquellos párpados que añoraban
otros ritmos.
Imposible atraparlos, porque los milagros no existen.

Y rompiendo sombras los perdí. Se desvanecieron
de pronto replegados y sin alma, de pronto fríos.

13.7.13

¿Para qué estas largas noches?





¿Para qué estas largas noches?
¿Ya para qué?

Horas sin sonrisas, abismos sin albas,
sin amaneceres  ruidosos,
sin  despertar de amantes, horas muertas, sí,
sin abrazos, sin susurros, sin tacto y sin aroma…

Yo, que amé el amor,
que conocí mujeres que amaban la alegría,
con ganas de vivir, de recorrer calles bailando y pintar
de mil colores los días, con cubos de pintura
y pinceles como labios.

Yo, que construía camas
para amar en ciertas noches aquellos cuerpos,
perpetuando las sombras hasta convertirlas en luz,
y la luz  en eterna primavera.

Yo, besando a mujeres como tú, que fuiste locura,
pólvora, ardor  y tumulto.

Como tú, agridulce pasado, que desparramabas sobre mi piel
rojas amapolas de deseo.

Como tú, que eras viento,
caracolillo inquieto
que jugaba a recorrer bajo las sábanas las horas furtivas…

¿Para qué estas largas noches?
¿Ya para qué?

Arrojaré los recuerdos a los leopardos,
el fuego de tu boca al lobo, tu silencio a las panteras,
tus pechos estremecidos a los desfiladeros del olvido,
y me mentiré
diciéndome que nunca escribí en tu piel nada,
que no eran mis dedos los que dejaban estelas en tu cuerpo,
 y que no pasaste tú por mi vida,
sino un pájaro sin horizonte
y sin dueño.



09.02.2012

El poeta




 
Nos habían hablado a los de mi edad tan poco del poeta… Nada en la escuela, por supuesto, y apenas una escueta referencia, aséptica y como para salir del paso en el instituto, durante el bachillerato. Genial epílogo de la generación del 27, y poco más. En el año 1976, en “su pueblo y el mío”,  no era todavía políticamente correcto esgrimir con orgullo el nombre de Miguel, reivindicar su cuna, exhibirlo como oriolano universal. Al menos para una amplia mayoría, los ciudadanos de bien, los que no querían, ni en pintura, hacerle la ola al “rojo ese”. Al enemigo ni agua.

Pero precisamente agua y color, caudal de sentimientos y pinturas apasionadas, se pudieron sentir, saborear, en aquel año del 76. Porque en Orihuela también había paisanos del poeta que no se resignaban a ser bueyes, ni indiferentes desafectos, y decidieron –obviamente sin ningún caluroso apoyo oficial- hacer un homenaje popular al “sagal del Visenterre”. Cosas del rojerío.

Y estalló aquel año el color en el Barrio de San Isidro. Múltiples fachadas de sencillas y humildes casas del lugar se vistieron de gala. Del corazón y de la mano de muchos artistas, aquellos bastidores de yeso o cemento recibieron  húmedas pinceladas de arcoiris, que el viento del pueblo convirtió –por fin- en dentelladas secas y calientes, mordeduras al olvido.

Y brotó también un caudal de voces, de miradas, de complicidades, de música, de himnos… Recuerdo la Plaza de Santa Lucía, aquellas congregaciones nocturnas de gente ávida de sensaciones nuevas; aquella embriaguez poética, aquel sentirte flotar mientras escuchabas a Lola Gaos contar anécdotas –menuda roja esa también, tú- o te parabas a escuchar, a beber, los versos de Blas de Otero, o los Gabriel
Celaya, leídos por alguien con acento inequívocamente vasco… Y sobre todo la noche en que al llegar a casa desenrollé el conocidísimo retrato que Buero Vallejo hiciera a Miguel estando ambos entre rejas, y lo coloqué –rayando en el éxtasis- en una de las paredes de mi habitación, la primera que veía cada mañana al abrir los ojos…

Ya no tengo veinte años. Lejos queda aquella década de los setenta. Vivo en otro siglo, en otra casa, y al despertar ya no contemplo en la pared de mi habitación los grandes ojos de aquel preso que se hizo tan alto de mirar a las palmeras. Ya no tengo los bríos juveniles de entonces, aquéllos que me permitieron eludir –a patica viva- los porrazos de algún que otro uniformado que esgrimió su “delicada poesía” en La Glorieta, persiguiendo lomos en donde dejar bien selladas sus contundentes metáforas.

Ya no tengo veinte años, cierto. Y admito que tampoco aquella capacidad de embriagarme con idealismos, o con porros. Pero sigo teniendo los poemas de Miguel en mi mesita de noche. Y sigo leyéndolos a menudo, porque la mejor forma de homenajear a un poeta es leer su obra. Y hacerla tu compañera.

Ya no tengo veinte años. Pero este fin de semana próximo volveré al Barrio de San Isidro, y me mezclaré con la gente, incluso con aquellos que entonces estaban tras el matorral y ahora se hacen fotos oficiales y hasta son capaces de recitar de memoria cuatro versos de las Nanas de la cebolla poniendo cara de velocidad, ya me entienden. No veré a Lola Gaos, claro; ni podré escuchar al grupo Jarcha –emotivo su concierto en el Teatro Circo aquel año- ni los versos de Blas Otero…Pero vendrá conmigo  mi hija, a quien hablaré de Miguel Hernández, de sus cabras, de lo mal que jugaba al fútbol y lo bien que escribía el jodío… Y de la suerte que ha tenido ella de haber nacido en unos tiempos más civilizados, en los que no hace falta ponerte unas zapatillas deportivas –por si las porras- para ir a homenajear a un ser humano

Joaquín Marín

En tus ojos de niña grande







En tus ojos de niña grande

yacía aún mucha brasa, y aun una mano de yedra

donde cantaba una alondra. Mi mano

era sucia, y sujetaba un arado. Pero no la despreciaste.

Era mi voz del sabor de los túneles, pero

quisiste oírla, aun sabiendo que soy sabio de ignorancias

armado de palabrotas.

Te hablaba de la puerca miseria

de volver a empezar cuando todo está acabado.

Y fuiste educada, aceptaste el palpitar de mi corazón

roto en coágulos, sin manifestarme tu asco.

Quisiste ver el sol donde yo sólo veía lluvia,

y quisiste ver que era otro pecho el que moría,

no el mío.

Sabías que sólo podría darte vacío y sin embargo

sonreías como si te ofreciera tierras prometidas.

No creas que no agradezco tu deferencia,

que no me conmueve tu bondad, no soy tan frío… aunque sí difunto.









Por eso aquel día pronuncié tu nombre: Silvia,

Y el tuyo, María José; el tuyo, Isa;

Tu nombre, Agurtzane, que sabía a ría vasca.

El tuyo, también, claro, veinte años de ti y una canción desesperada pronunciándolo…



Y no sé si quiero pronunciar el tuyo: soledad mía.



Orihuela, 4 de abril de 2011

Sin ti





La casa
debe de ser ahora, sin ti,
silencio

de hojas secas que no dan sombra;
si acaso

simple rumor de azogue,
de cristales rotos,
de goteo de llanto sobre ojos ciegos.



La casa
no debe de haber cerrado aún su herida, y entre el silencio

un grito quedará,
un alarido suspenso, filo sonoro
hendido en la sal de la tristeza.



Y una luna postrera quedará
en la casa,
un astro vencido, vestido aún de frío y pasmo,
derramado, como cera fría,
sobre tu lecho deshecho en polvo de estrellas,

sobre las huellas de seda de tus dedos en el cristal

de la ventana

que se asoma al patio, donde vierten

los hibiscos todavía lágrimas rojas.



Una luna invernal quedará, sí,

detenida en una madrugada

gélida de diciembre.

Y ajusticiada sin testigos al alba,
en el primer pecho desnudo

que trajo el amanecer.




JM                 3.3.2013

Algunas noches, en la distancia





Algunas noches, en la distancia,

Hacía adelgazar mis palabras,

Las convertía en gaviotas nocturnas

Etéreas, incansablemente sedosas,

Aladamente suaves…

Imaginaba que surcaban kilómetros de sombras,

Y, vestidas de estrellas, anidaban lejos,

Llenando de luz oquedades –antes- tenebrosas.



En ti.



Eran tiempos en los que las palabras no herían,

Cuando aún no poblaban de angustias el viento,

Ni eran ecos de voz dolorida, llantos de boca vieja,

Sangre de olas mustias.



Todo lo ocupabas, todo lo ocupas,

Pero las palabras ya no  son blancas aves, con alas suaves como las uvas.

Y ya no pelean por encender llamas en el crepúsculo.



Es más larga la distancia, son más duros los cielos; intransitables.

Se hace humo negro el recuerdo,

Y los ojos son hojas secas en otoño, a merced de los vientos.



6.11.12

El duendecillo





EL DUENDECILLO

Al destapar el tarro de mis sueños
andaba por allí el duendecillo, ése que sólo se me aparece cuando he sido demasiado bueno, y quiere ponerme la zancadilla. Amo, dijo, pídeme un deseo. Uno solo, eh, que te conozco…
Uno solamente… uno solamente… y sin vacilación alguna acerqué mis labios a su oreja de abanico, o de pámpano. El duendecillo esbozó una sonrisa pícara cuando escuchó mis palabras. Tienes buen gusto, pecador, murmuró mientras se concentraba en su histriónico ritual, siempre hace lo mismo cuando le pido un deseo: teatro.



Y te trajo hasta mí, trajo la honda poza de luz de tus ojos.
Y yo aparté el diamante de tu mirada y bebí en ella sólo la miel que tú reservas para la gente que amas.

Y te trajo hasta mí, trajo el talud sedoso de tu cuello, y permitiste que mi boca lo escalase sin prisa, convertida en seda y tormenta contenida mientras acudía a la cita de tu barbilla, a la antesala de tus labios, al estallido de fresa salvaje del beso.

Y te trajo hasta mí, trajo el palpitar convexo de tu pecho
para que hallara a ciegas bajo los montes el latido
de un corazón de nuevo acelerado, el tuyo. A ciegas, pero no  a oscuras,
porque mis dedos fueron llamas en tu piel, luciérnagas de fuego.

Y te trajo hasta mí, pero tuve miedo de que te hubiese traído a la fuerza, contra tu voluntad. Entonces me detuve. Y te pregunté si eras dueña de tus actos, si todo estaba transcurriendo según los dictados de tu libre albedrío…

-- No hagas preguntas estúpidas. Acaba en mi piel el poema que tanto has deseado escribir. Tú y yo hemos pedido el mismo deseo al duendecillo.



Orihuela, 4 de abril de 2011

Entre todas las gentes del mundo



Entre todas las gentes del mundo

hacia ti dirigí mis pasos. Por ti enterré nombres,

rótulos e historias; huellas sin huella.



Abrí los ojos y los labios para mirarte y decir tu nombre.

Y lo pronuncié como besando luces y flores,

rayos de seda y licor de pétalos.



Y ya no hubo  en mi horizonte cielos oscuros, ni horas detenidas en silencios estériles.

Ni más descensos a las profundidades de ciertos abismos.

Ni más hielo en los espejos a los que me asomaba.



Valió la pena ser espuma errante y recalar en tu playa,

derramarme en tu arena y fecundarte de latidos marinos.

Y es hermoso vivir este instante en el que el azahar

ya no es aroma de brisas ajenas, de peregrinos pétalos desprovistos de sueños. Sino vínculo.

Saber que hoy mi piel existe por tu piel,

que mi tierra es la tuya, sin fronteras ni límites;

y mis nubes son las nubes de tu cielo.



Hasta aquí quise llegar, libre y con el alma sostenida

por la roca firme de tus dedos.



Por eso cierro definitivamente el cofre de los miedos,

me asomo a ti, a tus confines, a tus adentros…



Y digo sí.


JM, 23.5.2013