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Orihuela, Alicante, Spain

4.4.14

Estragos

Joaquín Marín

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Dardo




Sí, te he lanzado un dardo en vez del beso que me pedía el cuerpo, exactamente las telarañas de mis labios. Te he lanzado un  dardo envenenado cuando realmente –tú me conoces- sabes que sólo quiero lanzar mis redes de pescar tesoros para atraparte e invadirte a saco; poner cerco a tu país de carne y hueso y apoderarme de él, e izar mi bandera sobre tu pecho abierto. Ser soberano de ti.
Debería de arrepentirme. No me gusta lanzar dardos, y menos con veneno. Pero no, no me desdigo. No bajo más mi testuz ante nadie, ni ante ti.
Si has sobrevivido al puyazo venéfico (existe la palabra) pon mi nombre en tus labios y llámame. O calla para siempre. Yo haré lo mismo.


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 Distancia



 Estaba aquella mujer -la abuelica del bastón- muy cerca. Y también muy lejos. Cerca, justo al lado de la yaya que sonreía delante de la pantallita del móvil que le mostraba su nieto. Y también cerca de mí, voyeur furtivo, que al otro lado de la calle, y disimulando, observaba la escena, la encuadraba en el visor de mi cámara, esperando el momento propicio para la captura. Cerca, sí.
Pero muy lejos. Lo digo, porque vi en sus ojos la grisura de los asfaltos sin vida, la ceniza de las distancias y de los tiempos muertos... Y en su quietud de estatua sin latido, percibí la oquedad de los relojes sin arena, de las bocas ajadas, sin besos; de las pisadas leves, ya sin huellas...

Y entonces, en el momento del disparo, crujió el bronce de una campana, derramando sin prisas por el aire del barrio, lágrimas sonoras, que tal vez nadie escuchase...

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Mar Tirio


Había, a lo lejos, un cielo plano, con una piel como picada de tristeza azul. Y había una pequeña embarcación, un barquito de papel blanco espuma, como viajando sin brisas hacia la nada. Y se acercaban lentas olas desabridas a acariciar el silencio granulado de las arenas. Y una niña regalaba el reflejo de su cuerpo al espejo del agua salada, mientras su madre esposaba sus dedos y su mirada a la pantallita de un teléfono móvil, en vez de llenar sus ojos de azules marinos y blancas revoleras de gaviotas.

Y también estaba yo, a este lado de la cámara, con los pies hundidos, presos, en las arenas movedizas de la soledad de la tarde. 


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Mar adentro





Sólo sé que te gusta el mar, que a sus cobijos de azahares salados entregas habitualmente tu cuerpo desnudo, y restañas así tantas heridas de tu caminar por suelo firme. Le haces el amor a las olas, a las algas, a los arrecifes de coral, a los náufragos, a los piratas, a los infantes de marina, a los navegantes solitarios... 

Y yo te busco en vano entre bañistas bronceados, gaviotas de rapiña, barcazas y redes de pescadores, chiringuitos y paquebotes a la deriva. Surco mares y océanos, playas lisas y de cantos rodados, acantilados abismales y bahías recónditas, siempre en vano. No logro encontrarte en ninguna parte. Quizás sea un impostor, un falso marino que no merece acudir al reclamo de tus cantos de sirena, y ser devorado por ti. Quizás, sí, una ola errátil que no podrá nunca romperse entre la sal tus pechos, reina de los mares.


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Conjugación


Si te vas ahora, si sales a la calle a buscar ese pretérito imperfecto de acero, que tú crees que puede protegerte más que el futuro pluscuamperfecto de mis manos de arena, de mis ojos heridos por las sombras, y de mi boca sellada por lo silencios... no temas por mí. Te entenderé. La vida me está enseñando, verbo a verbo, a conjugar la tristeza.

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Silencio


Entiendo ahora, a destiempo, el alarido de tu silencio. Y acato la decisión que has tomado sin dirigirme la palabra. 

La ausencia de tu risa o tu lamento, de tu voz, de tu respiración, de tus pies descalzos erizando de vida el suelo de esta casa, me convierte en una playa desierta, arañada por el eterno vaivén de unas olas repetidas, presas en la arenas movedizas de lo inútil.

Además de tus palabras, no supe leer tus ojos, ni interpretar los signos de tus manos, los pálpitos de tu pecho a la deriva. 

Por eso acato este vacío que me dejas. Este oleaje estúpido, que no es caricia para la piel, sino salada herida, hiel amarga, la nada entre mis despojos...

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Agua mineral


Esto también es la vida, amiga. Nadar ya serenamente y guardar la ropa, para que las aristas del paso del tiempo tarden lo más posible en hacérnosla jirones. También es vivir, claro, este palpitar a fuego lento, lejos ya de aquellas hogueras que nuestros corazones pirómanos prendían, y en las que ambos ardimos, poniendo toda nuestra carne en el asador. Es vida también, sí, buscarnos un hueco en la agenda y quedar para comer, o cenar, procurando no soliviantar a nuestros respectivos tractos intestinales. O trastos, quizás.

— ¿Pedimos una buena ensalada y una pechuguita a la plancha?
— Vale. Afrodiasiaco puro, si pedimos también una botella de agua mineral.
— Captada la retranca. ¿Unas cañicas primero, entonces?
— Qué menos.

Esto es también la vida, amiga. Acabar tomando infusiones, o descafeinados con leche desnatada y sacarina -plan desgraciao total- mientras se habla del presente y el futuro de los hijos, de la problemática de los docentes en la actualidad, de lo tontos del pijo que son ciertos políticos, de los planes de jubilación, de las ausencias y las soledades...

Una sobremesa light, sí, nuestra vida, amiga. Ay, nosotros, que fuimos tan guerreros...

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Bocanadas




He preparado la merienda
para mi hija: atún y unas gotitas de vinagre.

Y luego el crepúsculo me ha merendado a mí:
merluzo avinagrado, por decirlo de algún modo.
Me ha devorado a dentelladas lentas, con el hastío
de los horrible mordiscos que saben a la ceniza de los trenes perdidos.

Me ha engullido ya en forma de bolo alimenticio
a solas, en el silencio de las imposibles estrellas,
transportándome, como rocío frágil,
a la bóveda intestinal de la nada plena,
para arrinconarme en un jardín oscuro, morada de todas las hojas negras.

Y ahora, una voz carnívora y feroz,
me anuncia que arrojará mis sueños a los jabalíes;
mi rostro, a las hienas,
y el resto de mis despojos a la selva inútil
de las esperanzas rotas.

Es ya noche oscura, muy oscura,
y envuelto en ella escucho gritos,
ayes del tiempo que muere a bocanadas,
derramando lágrimas de vinagre.


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Espumas rotas







Se despojó de la ropa y quedó sólo ataviado de soledad y de recuerdos frente al mar. Las olas, entre sus azahares de espumas rotas, ponían a sus pies tristes despojos, los versos que ya jamás recitaría a ninguna mujer: "No hi havia a València dos amants com nosaltres, car d'amants com nosaltres en són parits ben pocs."



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Camarero, otra




A la cuarta copa, tal vez a la quinta, ya supo que estaba perdido. Imposible alzarse, dar unos pasos, llegar hasta su mesa y saludar a aquella mujer. Es tan corto el amor y tan largo el olvido, sí...

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Caudal




De aquel tiempo que fuera nuestro, sólo queda hoy una llaga de la que -en vez de sangre- mana un hilo amargo, agua de las nostalgias. He acercado mi mano al borbotón de la roca y he humedecido mis dedos con las lágrimas de todos los instantes irreversibles, con la sal dura de las ilusiones desvanecidas, rotas. Y después he cerrado los ojos y la boca para ahogar los besos que nunca di y los versos de los poetas muertos, que aún crujen en las estrofas de mi inconsciencia.
Créeme, lo que fuera antaño nuestro manantial de primavera, aquel jardín de jubilosa juventud, es hoy un dolor líquido de invierno, viejo y frío, ya sin presente ni futuro...

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Restos




El paso del tiempo ocultaba con capas de maquillaje el rostro triste, ceniciento,  de aquella casa malherida de olvido...

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