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Orihuela, Alicante, Spain

13.9.14

Cartas que nunca escribiré



Joaquín Marín


I

( A Ariadna )





Medina de Torrijos, octubre de 2033


...que él era fuerte, honesto, estable, leal, fiable, y que a mí me faltaba un hervor, que yo era inestable, más bien pusilánime y poco de fiar; todo esto me decías sin atreverte a mirarme a los ojos, como queriendo evitar herirme con el hielo de tu mirada... 

... que a pesar de eso me amabas... sí, sí, todo lo que quieras, pero un día hiciste la maleta y huiste de mí, fuiste a buscar la fortaleza, la honestidad, la estabilidad, la lealtad y la fiabilidad que no encontrarías nunca entre las sábanas revueltas de mi cama. Dijiste lo siento y te evaporaste para siempre... 

...Durante mucho tiempo, por tu culpa o por la mía, no sé, anduve a la deriva, convertido en giste de una ola errante, que besaba perennemente las arenas de todas las playas sin encontrar reposo, sin tener cobijo alguno...

... Hoy, fíjate, a estas alturas he pensado en ti...


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II

( A Luis)




Molinos de Vallecillo, enero de 2036


... aunque sé que no te servirán de consuelo estas torpes palabras, Luis. Imposible. Estos golpes tan crueles, no pueden mitigarlos las palabras, por muy sentidas que sean... 

Quédate, eso sí, con la convicción de que tú -bueno, vosotros- habéis hecho todo lo humanamente posible. Y si el cielo existe, seguro que Luisín está en él, con una sonrisa recuperada, y ya interminable...


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III

(A Teresa)
 



Higueruelas de Fenoll, otoño de 2037



 
...y claro que me acordaba de ti, siempre, a todas horas, obsesivamente. Estábamos a más de dos mil taponicos de ron de distancia, pero yo te sentía cerca, como un tatuaje en mis adentros. Todos los sonidos, todos los aromas, todas las horas muertas me llevaban a ti, a tu boca, a tus pechos, a tus abismos, a los crujidos de nuestros esqueletos en celo...

...y soñándote aquella ciudad era entonces menos extraña. Te inventaba en sus esquinas, en sus replacetas minúsculas donde sólo hablaban los silencios y las viejas piedras irregulares de las sillerías. Yo ponía tu rostro a cada mujer que se cruzaba en mi camino, y les sonreía, y hurgaba en sus ojos con insolencia, los vestía con el azul mediterráneo de los tuyos y me bañaba en ellos aun en pleno invierno, y fundía el hielo de los asfaltos con el fuego de mis pisadas, que siempre se dirigían a ti... y me engañaba a todas horas, diciendo en voz alta que no, que no nos habíamos separado, que yo no caminaba por una calle checa estrecha, qué va, qué va. Yo estaba volviendo -como cada día- de la imprenta por el Carrer de Maig hacia nuestro cuchitril, con un par de vasos de más y con mi rizo rebelde sobre la frente, juguetón y pícaro, como un rabito de cerdo, decías...

...te quise mucho, aunque no me creyeras entonces, aunque quizás hoy, leyendo esta carta que no sé por qué te estoy escribiendo, no lo creas...
  

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I V


( A Violeta)



Dehesa del Marqués, junio de 2039



...me preguntas por la foto que encontraste en un cajón de tu casa de Estepona, y que lleva mi firma. Ufff... Ha llovido, primica mía...

...y lo recuerdo todo como si hubiese ocurrido ayer mismo, no en aquel viernes de septiembre del ya lejanísimo 2014, viernes 12, exactamente, Violeta. Nilo era entonces el gato preferido de mi hija, los otros eran eso: los otros, simplemente los demás,  gatos más bien independientes y a menudo ariscos. Demandaban con tozudez e impertinencia su ración de pienso y... "cariños los justos". Nilo no, Nilo, que apenas llevaba con nosotros dos meses escasos, entre Nuria y Charo me lo metieron en casa por todo el morro, era un gato abandonado, con apenas un par de meses. Y era guapo el jodío, lo admito, por dentro y por fuera; marrón y blanco, atigrado, con rabo de zorro siempre erguido en forma de plumero, con ojos inteligentes de color ámbar, con su porte egregio, su chulería gatuna... y sobre todo su carácter. Era dulce, cariñoso, juguetón, apegado a las personas, valiente...

...y una tarde le atacaron dos perros en la misma puerta de casa, uno pequeñajo y el otro de talla media, mitad lobuno mitad hijoputa, que fue quien le zarandeó varias veces, atrapándolo con sus fauces y lanzánolo por los aires, como si fuese un pelele de trapo. Llegué tarde a su rescate. Era ya muñeco roto. Se nos fue un par de jornadas después, a eso de las dos del mediodía. Veníamos de Valencia mi hija y yo, y lo  encontramos ya al otro lado.  Nuria no quiso ver cómo yo abría a golpes de azada un hoyo en la parcela vecina, un erial lleno de matojos y piedras, y enterraba en él, mientras escuchaba el llanto desconsolado de mi hija mezclado con el terne gorogori de las chicharras, el cuerpecillo vencido ya definitivamente de su querido gato, su Nilo, ocultando del sol de la vida aquellos ojos abiertos al infinito de la nada...

...y pasó la tarde lentamente así, con sus llantos intermitentes, sin parar de contarme sus recuerdos, sus vivencias con el ser recién perdido. Ya bien entrada la noche, encontró fuerzas para hacerle unos dibujos, y escribirle unas palabras de despedida. Me pidió unos folios, sacó su estuche escolar y anduvo un buen rato atareada... De vez en cuando pronunciaba unos Nilos apenas perceptibles, temblorosos, entre suspiros... 

...y el sábado a mediodía me pidió que la acompañara, que quería dejar los folios sobre la tumba del "pequeñín de la casa", el amigo que ya no íbamos a poder ver crecer. No quería ir sola. Volvimos a casa en silencio. Ella lo hizo llorando desconsalada. Yo, a pesar de que ya llevaba por entonces en mi vida algunos perros, algunos gatos y algunas historias enterradas, regresé esquivando a duras penas la lágrima.



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V

(A Martina)


Miajadas de los Infantes, septiembre de 2032
...

y aquella tarde de verano, cuando nos cantaste a ella y a mí tu largo repertorio, yo estaba feliz, auque no os lo pareciera, porque los seres tristes y taciturnos parece que nunca gozamos ni tan siquiera de un minuto de felicidad en este valle de lágrimas, perdona el tópico. Tú también lo estabas, feliz me refiero; por entonces yo te conocía perfectamente, descifraba sin titubeo alguno tus silencios y tus voces, tus ademanes francos y tus simulaciones, y para mí rezumabas aquella tarde gozo, dicha, euforia...  ahora disimulas mejor, vibora, me engañas frecuentemente, ya no sé ver bien cuándo vienes o cuándo vas, eres hábil con los disfraces, tunanta...

Ella también disfrutaba de aquel momento, de tu concierto, seguía el ritmo con todo su cuerpo y toda su alma, y sonreía sin dejar de apreciar cada una de tus evoluciones, y de la letra de cada canción... y me miraba a veces con el rabillo del ojo, pícara, cómplice y cercana, sin serlo parecíamos una familia, dábamos el pego...

... cuando nos cantaste a ella y a mí, ya te digo, llenando el salón con tu voz y tus gestos teatreros, yo hasta llegué a pensar que el viento soplaba a favor de los tres, la verdad... ignoraba que con el tiempo me convertiría ante los ojos de la gente en un tahúr irredento, en falsa moneda, en un eterno ser con doble fondo... en este tipo solitario en que me he convertido, que no tiene quien le cante ni le llene el salón de primaveras. En barbecho.

... Pero bueno, me alegro que a vosotras os vaya bien. Cómo no me iba a alegrar... 

...

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Sesenta años y un día





Es día de Nochebuena. Cumples hoy sesenta años y un día. Estás en libertad, Pedro... Y sonríes. Eso es lo que has pensado al despertarte, que a partir de hoy ya estás libre de horarios, de compromisos, de tareas impuestas... Todavía no se filtra la luz del día por las rendijas de las persianas. Es muy temprano. A tu lado,  duerme profundamente María Antonia; escuchas su respiración pausada, sientes la calidez de su presencia junto a ti.
Sesenta años y un día. Suena a una larga condena, sí, pero no se trata de cárcel, de un tránsito lento como un paquidermo en un centro penitenciario. Se trata de un cambio en tu vida que te ilusiona, que has merecido, que ya puedes acometer y que piensas protagonizar intensamente... Por eso sonríes, y abres los ojos como para traspasar la oscuridad.
Te apetece hoy más que nunca subir a la Cruz de La Muela, y a diferencia de otras veces, quieres hacer el trayecto sin compañía, en solitario. Tú y tus circunstancias... Hoy te vas a meter en los pulmones todo el aire serrano sin compartirlo ni con Manuel, ni con Miguel, ni con el compare Joaquín...
Sesenta años y un día. Enciendes la luz de la mesilla, y te incorporas cuidadosamente.  Y luego buscas la sudadera, el chándal, las botas... te vistes, preparas tu mochila... desayunas y sales de casa.
Están vestidas las calles con las gasas de una ligera neblina, es como si la ciudad anduviera envuelta en incienso. Sigue Orihuela aún adormecida, prácticamente solitaria, aunque ya se reflejan en los cristales las primeras luces del día. Conduces sin prisa hacia Montepinar, y piensas que cuando bajes del monte pasarás un momento a ver a tu madre. Siempre te reconforta charlar un ratillo con ella, y más aún en días como el de hoy, tan señalados...
Aparcas el coche, coges tus bastones, te embozas bien para protegerte de este viento traicionero de diciembre, que lame la mañana con su frío filo de navaja. Y, como tantas veces, acometes el sendero de las minas.
Sesenta años y un día.  Has dejado atrás la ermita, y piensas en el paso del tiempo, veinte años son nada, dice la letra del tango. Puede ser. Pero sesenta ya son algo, vaya si lo son. Y es una fortuna poderlos cumplir así, como tú, trepando como las cabras sierra arriba.
Empiezas a serpentear por el rosario de curvas empinadas, camino adelante, unas curvas que hace algún tiempo os molestasteis en numerar tú, Manolo y el compare Joaquín, como señalando las estaciones de un via crucis para senderistas. Y al llegar al Calvario —ya puestos a seguir con el símil— hoy has querido detenerte, sentarte un rato al abrigo de la base de cemento de la Cruz emblemática, y has contemplado el paisaje. Es como si hubieses abierto, en cierto modo, el álbum de tu vida. Sesenta años y un día.
Ahí abajo está el Rabaloche, Pedro. Ese racimo de casas tan diferente a otros lugares hermosos por los que has transitado. No es Buenos Aires, ni Rotterdam, ni Oslo, ni Londres, ni La Patagonia, ni Marruecos, ni Tailandia... No. Es más, es tu geografía interior. El Rabaloche es tu raíz. Es tu cuna, tu ADN. Ese  barrio que hoy evocas con recuerdos en blanco y negro. Te ves salir de tu casa, cruzar la calle, dirigirte al convento de Capuchinos y desempolvas vivencias infantiles y de mocedad. Ahí siguen las charlas con los frailes, sus voces y sus rostros, su olor, sus hábitos, sus plegarias, tus confesiones, sus penitencias, la semilla que cayó en tu corazón e hizo de ti una buena persona... Vuelves a tu pandilla, a tus partidos de fútbol en aquel patio polvoriento, a los primeros cigarrillos furtivos, a los pecados veniales, a las meriendas de pan y companaje... Ahí tienes, Pedro, tu casa, tus escenas familiares, tus padres, tus hermanas, tus libros, tus cuadernos de clase, todo un universo...
Y mira ahí. Santo Domingo. El Escorial de Levante, ya sabes. Ahí está tu padre, en su trabajo, ganándose el pan. Y estás tú, reconócete en esos claustros, en esa iglesia, en esas aulas; fuiste allí alumno y fuiste allí maestro en los albores de tu vocación cumplida, de tu labor como docente. Ahí los tienes,  están todos, tus profesores , tus compañeros, tus alumnos... tu celda en aquel panal de abejas colmeneras. Sesenta años y un día.
Mira ahora un poco más allá, a la derecha. Es la torre de la iglesia de San Agustín. El Colegio de Jesús María. Allí, en ese centro, te formaste profesionalmente, allí seguiste tus estudios del Magisterio de la Iglesia. En el interior de esos muros, si te lo propones, percibes nítidamente multitud de momentos imborrables, de anécdotas, de voces, de proyectos en ciernes, de objetivos cubiertos, de compañerismo, de ilusiones e ideales... Ahí tienes a tus compañeros de promoción... A tu eterna compañera de viaje.
Mira también un momentín para allá, huerta a través. Hacia Beniel, la localidad vecina y murciana, al Colegio Antonio Monzón, donde recibiste el bautismo como profesor de la Enseñanza Pública, con tu especialidad de Lengua Castellana y Filología Francesa.
— Bonjour. Je suis Pierre, votre professeur, et toi?
— Je suis Ginès, et j'ai douze ans.
— Très bien, Ginès. Tu parles très bien.
Sesenta años y un día. Monsieur.

Y por fin miras allá al otro lado, a ese racimo de viviendas plantado en plena huerta oriolana, entre un mosaico de vergeles verdes, ocres, sienas. Tu mirada sigue el camino que la serpiente húmeda de nuestro río recorre desde Orihuela hasta rozar Molins, reptando sin prisas y casi sin fuerzas hacia Guardamar. Y te quedas contemplando tu pueblo, porque eres oriolano del Rabaloche, pero también molisero. Treinta y cuatro años de tu vida en esa, tu segunda casa, te dan sobradamente derecho a la doble nacionalidad, maestro.
Ahí está Molins, sí. Ahí, justo donde unos hilos de humo blanquecino ascienden retorciéndose hacia el cielo, como saludándote en este instante. Alguien debe de estar quemando unos rastrojos.  Ahí está tu escuela. La de veces que has transitado por la carretera hasta esa escuela, alimentándote de azahares,  de rumores de acequia o silencios de sequía, de rocíos o escarchas, de besos de lluvia o mordeduras de la calor... Sesenta años y un día, don Pedro.
Allí terminaste de forjarte como maestro, como educador en el amplio sentido del término. Te ganaste al pueblo, pero él también te ganó a ti. Empezaste instruyendo y educando a unos niños, y has rematado la faena con los hijos de aquellos primeros alumnos. Ahí, además de las criaturas, se te quedan compañeros, compañeras, padres, madres, abuelos, abuelas, conserjes, inspectores, y tanta gente que te saluda por la calle o en el bar mientras tomas café con un cercano "qué tal, Don Pedro", con la mano tendida,  con la mirada afectuosa.
Sesenta años y un día. Y aunque ya no tengas que retornar por obligación a tu escuela, estás pensando que allí volverás de vez en cuando para reencontrarte, que no te vas a desligar en absoluto de tu corazón ni tus asuntos, por decirlo así. La sombra de Molins para ti es luz, y la luz de Molins es alargada...
Ya va siendo hora de regresar. Te yergues, te echas la mochila a la espalda y lanzas una última ojeada antes de iniciar el camino de regreso.
Y diriges entonces la mirada durante unos segundos hacia el convento de San Francisco, hacia las puertas de Murcia, hacia la soledad vegetal de los cipreses del cementerio... Y suspiras... A veces, el maestro cuando pasa lista, tiene que poner falta. Y algunas son de las que duelen, Pedro. Pero hoy no, hoy no vas a ceder ni un palmo ante la tristeza, por eso sacas el as de la manga que guardas para las rampas más duras y le das una estocada a la pena en todo lo alto. Hasta la bola, pijo.
Y desciendes como has empezado este día que ha colmado tus sesenta años, con una sonrisa, con esa sonrisa con que a veces regresan a casa los profesores cuando tienen la sensación del deber cumplido, y recitando por lo bajini y de memoria la larga lista de los alumnos que vas a tener a partir de hoy en el aula de tu corazón, dando sentido a tu vida, a tu futuro...
María Selma, Maria Antonia Lizón, Pedro García, Alejandro García... y un larguísimo etcétera, tu corazón es amplio. Espero que también ande por ahí, cerquica de la mesa del maestro, ese tal compare Joaquín, que se acordó de ti cuando cumpliste... sesenta años y un día.

Sesenta años y un día    Joaquín Marín, abril 2015




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