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Orihuela, Alicante, Spain

31.8.13

Hojas muertas





No sopla el viento, pero la cortinilla del ventanuco del trastero se agita hasta el delirio, ondea su mugre y la esparce por el patio. Las últimas hojas secas de la planta que ya nadie regó desde que faltas, se han ido al suelo una a una, y ahora juegan al corro de las cosas muertas en las losetas del patio, agitadas por la misteriosa revolera. Ladra con desesperación el perro del vecino. Siempre avisa cuando percibe algo extraño.



30.8.13

Soledades



He recibido tu mensaje, sí. Acaba de llegarme a lomos de un corcel de desbridadas crines. Y me entristece tu parquedad, esa única palabra suelta, ya sin origen ni raíz. Yo también estoy solo, atrapado en la telaraña del otoño... pero no sé escribir como tú, con palabras muertas, desangradas.


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Té rojo



Primero -todavía adormecido- fue un zumbido de mosca, después el ruido de tus tacones escribiendo en morse a lo largo del pasillo tu despedida; después... después el portazo rotundo, que acabó de despertarme. Había un té sobre la mesa, sin aliento; y tu aroma invadiéndolo todo. Hueles bien cuando te enfadas.
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Pero sin ti




Está todo igual, pero sin ti. Esas pequeñas cosas... tus zapatillas dormidas junto a la mecedora, que ya nadie la mece; la revista que andabas leyendo entonces, abierta, con tu espejito ovalado encima; tu pintalabios, el pequeño cuaderno enel que escribías tus cosas, la figurita de una virgen de plástico, comprada en un bazar chino, que te regaló tu nieta pequeña -"papi, la abuelita me va a enseñar a rezar"- ... Y yo. Yo también estoy hoy en tu casa, pero sin ti.


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29.8.13

Viva la gente


La prueba del algodón





-- Paé usté Mr Proper. señá Lola -le dijo un día Virtu, la vecina.
-- ¿Paesco quién? -se extrañó ella, que entiende poco el arameo.

La señá Lola -Doloricas la del Fraile- ganaría todos los premios si se premiara a la persona más curiosa del pueblo, y alrededores. De siempre, dicen las comadres, ha tenido su casa como los chorros del oro. Por dentro y por fuera, dicen. Según parece, todas las hijas de Quino el Fraile, seis, salieron curiosas de natural.
El día que tomé esta foto, la señá Lola echaba chispas. Restregaba la fregona a riesgo de dejarla desmochada, con frenética vehemencia. Con mala leche, fuera poesía.

-- Me cago en tos los perros pichas flojas.

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Un cortado

Parecía una foto aquella escena. Seres detenidos, desprovistos de movimiento. La camarera -sudamericana, dulce mirada y generoso escote- me había servido el café, y yo llevaba un buen rato observando los gestos tan pausados de "mis" personajes. Las chicas, reconcentradas en sus lecturas -bueno, la de la izquierda alzaba la vista de vez en cuando y la dirigía hacia mí, ratica colorá, sabía que las estaba cotilleando- y el hombre, de rasgos magrebíes y absorto, como atrapado hasta el alma en una duna, sin poder zafarse de los recuerdos o de las desesperanzas.

No pasó nadie más por el desierto de aquellos largos instantes. Y cuando la camarera -sudamericana, dulce mirada y generoso escote, repito- me trajo el platito de las vueltas, tomé esta foto y alcé el vuelo. Al pasar junto al hombre le dejé el poso del café, la calderilla.
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27.8.13

Paisajes internos






Me acerqué a la orilla a beber el champán de aquellas olas a pequeños sorbos. Era el mar un terreno perfumado, rizado de surcos temblorosos, que parpadeaban levemente entre azahares dorados, enredados en la tarde.
Asomaban pequeñas islas por entre el espejo de las aguas como si fuesen enormes cetáceos encallados cerca de la playa. Y en lo alto había un mar de algodones diversos, unos vestidos de pureza, recién lavados, y otros mancillados de parduzcas oscuridades. 
Me acerqué, sí,  a la orilla a beber champán. Puede que me embriagara un poco.

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Soñé, y era invierno, y era un día languideciendo. Había olas, un sol mortecino pugnando entre nubes para exhibir sus hebras de luz, que se reflejaban en el espejo húmedo de la arena... Y soledad. Había soledad de clepsidra eterna en la arena, en las hebras de luz, en las nubes, en las olas, en la tarde, en el invierno. En mi sueño.

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Abrí los ojos, y era también invierno, y era de nuevo una tarde varada en el tiempo. El cascarón ocre de una casa se alzaba, silencioso y somnoliento, sobre aguas mansas, vestidas de malvas de suavidad sedosa. Y había un cielo, también remansado y pintado de lavandas finas, en el que aleteaban gaviotas ociosas, arañando muy levemente el aire.



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25.8.13

Pies de foto

Duermevela


Ya es tu boca oquedad sin jazmines, oscuro vacío en el seno de la noche, temblor imposible, imposible beso. Ya sólo es desvarío, delirio de perdedor solitario, paraíso perdido. 
Y sin tu voz, y sin el sabor de la pulpa tierna de tus labios, ya no hay ecos ni sabores que iluminen la desolada travesía de mi esperanza. Pero sí suficiente tiniebla para enlutarla. 



Otto




Ya no está a mi lado desde hace un tiempo. Se fundió lentamente en un crepúsculo de febrero, con la mirada cansada intentando aferrarse a la última luz. Tal vez vague por otros montes intangibles marcando su territorio, jugueteando con las mariposas o aventando las horas entre romeros y tomillos. Ya no está a mi lado, pero puedo ver su mirada noble clavada en mis silencios; escuchar sus ladridos de alborozo o sus ladridos de cancerbero arañando los aires con sus zarpazos sonoros... Incluso las yemas de mis dedos saben aún del roce de su pelaje negro y fuego...Era "solamentte" un perro, pero los perros también dejan vacíos, huecos amargos, y soledades hondas.

El deseo

Si pudieras pedir un deseo... le susurró la diosa al duendecillo insignificante, incitándole a la confesión. Y éste, buscándole la mirada de diosa, dijo:



Si pudiera pedir un deseo
—ver cumplido mi mayor deseo—
pediría sin dudarlo tu presencia, llenar mi vida contigo.
Tenerte para intentar a tu lado conocer el paraíso. Sentirte,
recostada tu cabeza en mi pecho,
dormida, confiadamente dormida, mientras
las pausadas yemas de mis dedos escriben
poemas de amor
sobre tu piel, surcándola sin prisas, sembrándola de dulces temblores.

Poemas de amor sobre tu piel. Escribírtelos, dedicártelos, sí, ese es mi deseo.
Empezar, con serenos versos, por tu frente. Proseguir
con versos despaciosos, resbalando por tu cuello; cobijar
cálidos versos en las dunas acogedoras de tus senos; derretidos
versos de arte mayor, largos, duraderos, en el paraíso de tu pubis.

Si pudiera pedir un deseo
—ver cumplido mi mayor deseo—
no lo dudes, pediría, entre todas las mujeres, que vinieras a mí
desnuda ya de tu pasado, ilusionada ya por tu presente,
totalmente segura de tu futuro. Deseosa
de ser piel, la piel que yo necesito
para volver a escribir poemas de amor. Y con amor.

Ay, si el dios al que amo me hablara así... pensó entonces ella, y su mirada -después de posarse durante unos instantes con melancolía en la del duendecillo- alzó el vuelo y se perdió en el laberinto de lo imposible.

La sirena 


Se había detenido el tiempo a la orilla de la mar. Y la arena no era arena, era ceniza espesa y húmeda, semioculta bajo los despojos y los vómitos de un oleaje ingrato y hoscamente enfurecido. Sobre la ceniza inhóspita dormitaba una barca varada, apresada en las telarañas del silencio, con la proa encarada hacia las nubes. Sueños imposibles. 
También había, mucho más alejada de los azules revueltos en algas y alquitrán, una torre, y desde lo alto de la misma me llegaba el inconfundible canto de una sirena. Si no hubiese llevado ya tantos naufragios a cuestas, hubiese ascendido hasta la cúpula de su llanto y me hubiese dejado mecer, y hasta asfixiar por el dogal de su melodía, por el veneno imantado de su voz de sirena cautiva. Pero no, preferí seguir mi rumbo azaroso, alejándome de allí caminando sobre las cenizas, y buscar la voz de la Rosa de los vientos. 

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Cornijales



Té de vainilla y canela

Se enredaba en tu cuerpo, como yedra lasciva, el aroma vaporoso del té de vainilla y canela. Estabas hermosa, reinando en silencio al cobijo del follaje; la mirada dulce, de seda, y los gestos suaves, despaciados, caricias de brisa sobre frágil duna. 
Luego, tras los primeros sorbos, con los labios humedecidos, me contaste algunos pasajes de tu travesía por el desierto de las decepciones, de las desesperanzas, de la tristeza. Y yo bajé la vista al suelo. Había huellas de tus pies gráciles y diminutos, huyendo en la arena de la tarde.

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Dos lágrimas


Nunca había visto llorar a un jazminero. Hasta ayer. Moría apaciblemente la tarde de agosto entre los rumores del azarbe y las justas enamoradas de los ruiseñores del crepúsculo, garabateando el aire perfumado. Nunca había visto llorar a un jazminero, y ayer asistí a su llanto. Primero fue un débil temblor, después un escalofrío de savias y un suspiro de aires... Y luego dos lágrimas blancas buscando la eternidad en el suelo.

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Desirée - Herminia

      A VECES ME ACUERDO de ti, Herminia. Rescato el destello pálido de tus huellas, aún patentes, de la nebulosa del olvido (si estuvieras a mi lado te seguiría pidiendo perdón por mis frasecitas, como entonces). Me acuerdo de ti, sí. Es extraño que después de tanto tiempo sigas todavía parpadeando de temps en temps, mon Dieu, en el crepúsculo gris ceniza de mis recuerdos. Tu sonrisa apócrifa; apenas un fantasma carnoso. El pecado mortal de tu piel. La “condenasión” eterna de tu olor...
      Tenías todas las de perder, Herminia, o Desirée, si prefieres que te llame por tu nombre de guerra. Todas las de perder. Los ojos azules -ya sabes, tan mentireiros- y las esperanzas de mujer rotas. Un revoltijo de angustias se cernía a menudo sobre tu frente de corza salvaje. Y yo, hechizado por el bebedizo de tu carne, te amaba. Con el money por delante, claro. Te amaba por la fruta fresca de tus silencios, por el dulce cilicio de tu fingida altivez; por esa química orgánica inexplicable que surgió de pronto entre un aprendiz de fotógrafo con ínfulas de poeta y una diosa del arrabal... ¡Qué se yo por qué te amaba, española apátrida! Necesita­ba abandonar precipi­ta­damente el estudio de Bernard, mi maestro, e ir a buscarte para decirte nerviosamente que las noches sin ti eran estériles arabescos dibujados en la bóveda de mi desgracia. Pero tu corazón no contenía ningún rinconcillo en donde poder consignar la mochila de mi eterna adolescen­cia. Ignorabas mi furor de mancebo, mis versos calenturientos, mis malditos discursos -monser­gas, chato- y jamás me tomabas en serio. Ignorabas incluso las pretenciosas instantáneas de mi reflex recién estrenada.
      -- Este primer plano tiene glamour, no digas que no.
      -- Abrevia, majo, que no estoy para historias. Y suelta las perras, que tengo prisa.

      CUANDO REGRESABAS POR EL pavés de la Rue des Tissus hacia abajo, la madrugada te coronaba con su manto sucio de humo y de misterio. Reina plebeya de la noche. El taconeo aterido y vacilante de tus pisadas te hacía extraña­mente sobria, hermosa­mente malvada. Pero tú y yo sabíamos lo que de verdad eras en aquel espejismo gabacho: una piltrafa de raíz española; una méteque, vagabunda en saldo permanente. Une putain de merde, para ser más claros. Y los temblorosos fanales del Quai du Sud, en el puerto, te saludaban con un deslavazado y tembloroso tintineo en el vaho de las horas muertas. Oh-là-là, aquella oscuridad cimbreante de los horizon­tes húmedos. Un Mediterráneo como de liento hollín; mucho más lúgubre, más mendigo que el nuestro, ¿verdad, cariño?
      -- Mira que eres retorcido para hablar, nene.

      TE ESPERABA AL FINAL de la calle, y de la noche, el fantasma decrépito y cetrino de un padre asmático -oh, ce vieux republica­no derrotado- y el vacío de una madre perdida a lo largo de un mortificante camino. ¡Ah!, y un maldito grifo chop chop chop, goteando eternamen­te sobre el acero inoxidable oxidado de aquel fregadero vuestro. Tal vez ese goteo fuera la infinita y rítmica concien­cia de los parias de la tierra, chop chop chop, marcándote el punzante compás de la miseria...
      -- No entiendo nada de lo que dices, macho. O eres un farsante o estás como una cabra.
      Y UN DÍA, ASÍ de pronto, c'est fini mon amie Desirée, mi paisana Herminia. Por más que te busqué, por más que hollé la noche del barrio, por más que lamí todas las esquinas en las que pudieras estar apoyada, todos los sucios lechos en los que peut-être se habría impregnado tu laborioso sudor, tu indiferencia y tu tristeza, ya no te volví a ver.
      -- Ya no va más -parecía haber dicho de pronto el croupier en la última partida de nuestro destino. Rien ne va plus.


      A VECES ME ACUERDO de ti, Herminia, ya te digo. Por más que el polvo haya dejado su pátina de olvido sobre la película en blanco y negro de nuestra corta historia de desencuentros. A veces Desirée, reapareces en el hueco frío de mi cuarto oscuro con el duro gesto de tu mirada y el rictus desganado de tu boca clavados en el lujurioso obturador de mon appareil de photo; lo mismo que antes, Desirée, cuando emergías poco a poco desde el fondo líquido de la nada, ganando la superficie en la cubeta de revelado con tu eterna imposible sonrisa.
            Y te confieso, paisana, que a menudo suelo echarme al bolsillo trescientos francos, por si llegara a descubrir de pronto el apetecido contraluz de tu silueta apostada en cualquier turbia esquina. Por si llegara a escuchar de pronto, magnificado por la quietud de la madrugada, un inconfun­dible taconeo -aterido y vacilante- sucumbiendo ante las fauces de un inevitable crepúsculo.
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