Datos personales

Mi foto
Orihuela, Alicante, Spain

27.12.13

Inviernos


_____________________________________________

Joaquín Marín


Perdedores




Íbamos la tarde y yo en tránsito hacia el ocaso. Ella vestida de nubes maltratadas. Yo de fracasos...






_________________________________________


Aleteos


A veces dejo libres mis palabras. Y se convierten en gaviotas. Y se dirigen veloces hacia el muelle. Pero es vana su travesía. Penélope nunca está allí, como solía, tejiendo esperanzas. Se cansó de esperar.

_________________________

Pésame





Ella movió el volante; el coche dibujó un rápido giro de despedida sobre el asfalto y enfiló las sombras, apenas si mancilladas por débiles guiños de luciérnagas. Él cruzó la calzada y anduvo a la deriva, y buscó el rincón donde anida el silencio, su casa. Al abrir la puerta, como siempre, la soledad le dio el pésame.

________________________


Arrugas






Entre las arrugas heladas del mar de mi enero, palpitaban sin aliento las barcas detenidas...

__________________________



Soleares






Aquella tarde de invierno, mis ojos miraban por soleares...




________________________




El sueño







Hoy hace un año, justo un año, que cerraste los ojos para no abrirlos más a los míos, a los de nadie. Sólo parpadeas en mis recuerdos, sólo encuentro la luz de tu mirada si acudo al rincón oculto en donde he ido apilando en bolsitas de nubes todas mis vivencias, desde muy niño. 

Un año justo sin escuchar tampoco tu voz, tu risa, el tintineo cálido de tus labios... Pesan mucho los años vacíos de ti, madre. Ley de vida, dicen. Ya lo sé.

Dormís en este instante tú y nuestro pueblo. Escucho la respiración de ambos, apenas perceptible, serena, seda nocturna de plácido roce. Pero hay entre tú y el pueblo una abismal diferencia: él despertará mañana mismo, cuando alboree el horizonte sobre la huerta, besando de luces el agua del río y el lomo fragante de la sierra... Tú ya nunca más. Tú, y me duele tanto, eres ya solo una estrella imaginaria. Apagada.

__________________________________



Peñerías









Uno de mis amigos de infancia era "peñero". Peñero, en mi pueblo, se llamaba -no sé si todavía se hace- a alguien que vivía en una casa cosida a la sierra, pegada a ella. Y Antoñico, mi amigo peñero, tenía la suya prácticamente integrada en la roca. Tan integrada que desde el ventanuco de su habitación, en la trasera del edificio, si sacabas un brazo y lo alargabas podías coger una matica de romero, un higo chumbo o un cherolico con que apedrear al enemigo, pongo por caso. 

A mi amigo le encantaba mi casa, en plena huerta. Y a mí la suya. A él le gustaba esquilmar bancales de habas, copicos de lechugas, selvas de panochas, llenar la barriga con lo que se terciase... Y , sobre todo, le gustaba el pan blandico, casero, que amasaba mi madre y nos servía en generosas rebanadas con su buen chorrico de aceite, su tomate restregado y su puñaíco de sal.

— ¿Queréis más?
— Bueno.

A mí, sin embargo, me hacía ilusión tirar hacia el monte, escalar riscos, arrejullarme, retozar en lo alto contemplando allá abajo el enjambre de casas apelmazadas que era nuestro pueblo... Y, francamente, los bocadillos de leche de bote, condensada, espolvoreada con colacao que nos endosaba su abuela materna.

— ¿Queréis más?
— Bueno.

Pobres, pero cebaícos.

Hoy he paseado por La Peña. Hay muchas casas cerradas, mudas, sin vida. No sé si muertas o hibernando. Y no sé qué ha sido de mi antiguo amigo peñero. En un pequeño replano, a la entrada de una de las viejas viviendas, crecen pujantes, encarceladas en toscas macetas, unas tomateras, un trocico de huerta que tira al monte... Como las cabras.

______________________________________________________



Sin cobertura







Era invierno. Una tarde lenta -como un paquidermo- de frío invierno. Y era un hombre solitario asomado al mar muerto de la tristeza. Gritaba en silencio un nombre de mujer, desangrándose a cada sílaba, oteando un horizonte diluido, sin vida. Gritaba en vano. Llamaba a una sirena ya imposible, ya fuera de cobertura...



_____________________________________________




Transeúnte







Me detuve frente a la ventana y sostuve su lánguida mirada. Había escrita en ella pasajes de libertad, sendas que llevan al monte, vaharadas de romero en el aire, caricias de una mano callosa pero dulce... en fin, recuerdos. 

Ahora deja pasar el tiempo en la misma habitación que fuera de su amo. Y asoma su lánguida mirada cuando oye pasos afuera. Y lee en los ojos del transeúnte que el tiempo -como él- pasa, que las sendas ya no llevan al monte, ni huele el barrio a romero. Y esa mano que aprieta un botón para capturar su melancolía no es callosa, y no acariciará nunca su lomo. Es una mano afeminada. Y forastera.


_______________________________