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Orihuela, Alicante, Spain

28.1.15

Las horas sin jardín



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©  Joaquín Marín
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Rumor




Hace ya tanto tiempo... Olías entonces al desgaste de la goma lisa de unas zapatillas humildes, a leche de cabra, a almacén de grano, a sudor de sotanas, a achicoria, a celtas cortos y ensalada de lizones...
Ahora, en tus noches ventosas de tardío enero, escucho chirridos que muerden mi presente, mudos bocinazos que deshinchan los ventrículos hipertrofiados de mi corazón de vagabundo sedentario.
Ahora posas para mí, y te alquilo por horas para reírte y llorarte, y —si no fuera indecente en estos tiempos que corren— para escribirte un imperfecto poema perfecto, falsa mía.


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La pérdida



Una rápida huída clarea en tu calle. Se levanta un rumor junto a tu puerta, como si un pequeño mar temblara a solas, ignorado por los dioses. Palpita tu ausencia, y mis fuerzas se rompen bajo mis pensamientos. Te cerraste como un fruto seco, y tu adiós no es comestible.
Te echo de menos. Y tú sólo me hablas desde tan lejos... con una voz vieja, de décadas olvidadas, como olas que golpean la soledad del mundo. Y lloras por mí, por ese ser en que me has convertido, por mis ojos deshabitados que ya no miran, y que sueñan con pavor el desvarío de su propio silencio.


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Esas cosas irracionales



No me gusta que te calles, ni que estés como ausente, tal vez porque yo no soy poeta, ni nací más allá de los océanos, ni tú te apellidas Urrutia... Prefiero que en los malos momentos me des la limosna de tu sonrisa, el trueno de tus palabras, el tornado de tus caricias... esas cosas que los poetas y los justos llamarían irracionales. Me gusta que me hables y que estés como presente, que hurgues en la matriz de mis penas, que peines mi retrato, que me fusiles al amanecer... a beso limpio, para escribir los versos más alegres al alba. Tonterías mías, de simple ser vivo. Y rural.


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Como regresando al beso




...Y pasó ligero, como una aventura, como un amor sencillo, como un salto irreflexivo al vacío. Y yo lo miré lento, como un lluvioso domingo de invierno sin ti, sin nadie. Lo miré sin prisas, como regresando al beso escondido en un libro de páginas amarillentas; como cuando salgo a la calle silbando, sin nada más que hacer —salvo mirar a las muchachas que estrenan escotes y sonrisas— o bebo la copa de vino blanco que tú me ofreces junto a las cerezas de tu sonrisa de niña mala.
Y pasó ligero, sí. Él sí. En una radio cercana alguien hablaba de cómo iban las cosas por Jordania, creo recordar...

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Sereno




Veo una ciudad levantina desierta, deshabitada por horas, con boquetes de olor a vacío. Un joven, como el que yo fui, camina fuera de cobertura, como un triste estropajo, un astro sin aceras que conducen al mar. Tal vez se llame Andrés, o Práxedes, tenga uso de razón y una cita a las cinco de la tarde, hora taurina.
Lo miro, me siento cansado de inventar historias sin fuste, pero tengo aliento suficiente para convertirlo en héroe anónimo y cotidiano, para otorgarle la capacidad de salir del hastío y convertirse en un texto que vence a las fogatas, a las fúlgidas llamas de los fracasos, al peso muerto de las nubes negras que se enredan en los campanarios...

Son las diez de la mañana. Y sereno


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Tu alfanje húmedo





Te he mirado en el instante anaranjado de la contemplación y los regalos mutuos. Tú me das tu curva, tu miel de manzana, tu alfanje húmedo que ya no hiere y las buenas tardes... Y yo, fundador de tristes reinos de fantasía inútil, te ofrezco a cambio, en silencio, algo de mis sueños y mi sangre, poca cosa, apenas una rosa de pasión mordida sin pasión, y uno de esos besos de los que poco a poco me voy despojando.


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Eternidad fluvial




Te estancas, te enciendes en las tinieblas, respiras raíces y recuerdos... pero todavía no has visto el mar. Curas las cicatrices de esta ciudad, aplacas los furores de sus noches, fundes sus témpanos poblados de campanarios y voces que rompen los silencios, te vistes de azules en la eternidad fluvial de su recinto... pero todavía no has visto el mar. La mar.


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La sangre de las aguas muertas




A veces lanzo mis ojos al agua, a los rizos húmedos de tu agua, y en ella descubro la sangre de las almas muertas, el oro desteñido de aquellos viejos palacios que se ahogaron en tu curso, en tu transcurso; y la maraña de horas encendidas en territorios secretos, donde llora el nardo, la paloma, el guerrero desarmado...

A veces tú y yo inventamos historias murmurando silencios en la lengua de las aguas duras y las miradas de los peces de tierra adentro.



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En las esquinas de la sombra





Mojé mis ojos en el champán de aquella noche, y los dejé vagar por tus calles, por tus fuentes, por las plazas y parques donde se esconden las voces de tu pasado; mis ojos vagando, sí, como dos aves claras, embriagadas de tu atmósfera. Caías sobre mí gota a gota, a punto de nieve, como acero fundido en el asfalto mientras sueña con los manantiales, y las bahías...
Mojé mis ojos silvestres en tus rincones y miré al prójimo, a sus pisadas de fugitivo en las esquinas de la sombra, a las estelas amarillas sobre el silencio de las piedras, a las estrellas frías que nadaban en los surtidores y nos saludaban —a los otros transeúntes y a mí— rompiendo el protocolo de las aguas benditas y la timidez de las pequeñas ciudades en enero.


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La hiel de la luna






Hablas con el tono justo, con el latido de luz que penetra con claridad en mis oídos. Y callas con el silencio justo, con el reposo nupcial cuando la hiel de la luna se ha derretido. Respiras con el compás justo, con el aire de las flores cálidas que quisieran ser fugitivas y alcanzar alturas insondables...
Alimentas con los ingredientes justos, la harina que llega a convertirse en rebanada nutricia, el agua que sabe empapar hasta el delirio mis sueños, y luego se convierte en vino; la sal que inventa océanos en los charcos de mi calle, tras las lluvias... Y la miel, que me inyecto en vena para que no me amarguen las uvas amargas de la vida.

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Nunca mueres del todo




Descalza, recién levantada, abandonas la casa y caminas hasta el espejo del lago. En él te sumerges después de despojarte de tu traje de ciudad quemada, en él te purificas, clausuras tu mundo anterior, tan desprovisto de racimos de aromas y ramilletes de sueños dulces.
Sumergida y aguantando la respiración te entregas al placer líquido reservado tan solo a las diosas del mar, a las sirenas que entonan cantos salinos, como centellas de salitre, para jugar con la muerte, que es su vida eterna.
Pero nunca sucumbes, nunca mueres del todo; sabes que en el cieno del fondo te espero con el fulgor de las rosas de agua, te aguardo para ceñirte la diadema de los pétalos de estrella y los cálices de oxígeno. Para darte vida.

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Historias ciegas




Te busco en las noches de enero, en la soledad desnuda y deshabitada de las campanas de frío. Hurgo en tus venas de cemento como en una selva de enredaderas y sorbo tu sangre de ciudad dormida, flor de colmillo. 
Te busco para que me hables de tus tiempos rotos, de tus trigos y tus cienos, de tu lengua muda que lame la espesura de las ilusiones muertas.Te transito en esas horas en las que has echado el cierre, cuando las raíces crecen en la oscuridad, cuando mientras me cuentas historias ciegas, los árboles del parque cobijan en sus ramas a las aves sin savia, como si se tratara de frutos prohibidos hasta el amanecer...

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La ventana abierta




Sé que a veces, perdido entre rascacielos, escaparates, cláxones y guiños de neón te detienes. Aterrado, buscas auxilio en la oscuridad de un portal, respiras hondo y cierras los ojos... Y regresas a la ventana abierta al cuadro de tu infancia, a la pinada del cerro, a la alfombra de romero, a las mariposas, a las nubes, a los rizos del agua, al revuelo zumbón de las abejas, al canto del cuco, al vuelo de las abubillas, al trino de los gafarrones, a la leche espumosa de la cabra...

Y luego sigues hasta la oficina.

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