Datos personales

Mi foto
Orihuela, Alicante, Spain

1.1.15

Eneros

Joaquín Marín


___________________________________________





_________________________________________



El regreso




Regresó al fin, regresó con la lentitud del viejo elefante y tal vez con la misma intención. Desanduvo el largo camino con cicatrices todavía en carne viva, buscando la raíz que le amamantó en aquellos tiempos distantes, perdidos en la memoria como las alondras en el frío. Con hambre de filo furioso cruzó el racimo de canales roídos por la tristeza, enredados en el ayer como lianas indomables y sació su ansiedad mordiendo la hierba de su jardín original...
Me dijo que su casa, la vieja casa, solitaria, le pareció un panal de miel herida, pero que el sol besaba sus paredes y su tejado y la sombra era blanca, y poderosa. Y también que tenía intactas las fuerzas, las ganas de arar los días, de regar las noches, de podar las madrugadas y de recolectar la almendra de cada crepúsculo... Entonces le miré fijamente: y reviví azahares, porque su voz me pareció rumor alegre de renovada primavera.


______________________



Tu calle





Me cuentas que tu calle, como la mía, "tiene un oscuro bar, húmedas paredes"... Y creciste en ella, bailando tu peonza en las caries polvorientas de su calzada, dando patadas a un balón de reglamento, y acariciando chuchos callejeros, a los que cantaba Cortez, de pelajes tristes color café, o malta. 

Me cuentas que con el paso del tiempo, alguien encerró una amarillenta bombilla en un farol y os regaló la luna. Y las noches dejaron de ser tan solitarias y salvajes como antes del milagro. 

Me ofreces de pronto un cigarrillo y dejas que tu mirada se bañe en la fuente adormecida. Y tras la tercera calada, calada de silencio, me cuentas cómo una noche rompiste el farol de una pedrada certera... para poder festear a gusto con la novia, al amparo de las luciérnagas envidiosas, que no os quitaban los ojos de encima nunca.

________________________


Azul turquesa



Le regalaste unas horas al semisol de la lenta tarde. Le hablaste de esos mundos olvidados bajo el agua, de los pianos desafinados, de los trenes descarrilados, de los aires que se deshojan. Le confesaste que a pesar de todo no habías perdido la sonrisa, ni la fe; que confiabas en los rocíos de muchas mañanas venideras, en conquistar tierra firme con tu alma, libre por fin de los lutos rigurosos...
Y entonces él se hizo viento pícaro y osado. Y alborotó tu cabellera, y sopló por tu nuca, y desabotonó tu blusa azul turquesa... Y más. 







En la ostra de la madrugada






Si fueras tan grande, tan vasta, que en tu extensión nunca se pusiera el sol, no me gustarías tanto. Te prefiero así, sencilla y pequeña, tesoro nocturno que cabe en la palma de mi mirada; así, escondida en la ostra de la madrugada, diminuta criatura de lunas llenas, lecho para el noctámbulo, vicio sin pecado para el caminar casto, seda de telaraña en la que caer preso y no morir en el intento. De fuga.





__________________________



Por la arena de tus sueños




Te gustaba la paciencia de aquel cielo, amabas la quietud del lago, y la tarde, que ardía con ojos secos, sin concederse importancia. Me invitabas a ponerle nombre a los besos, a estar de acuerdo al respirarnos, a florecer juntos en las carreteras, en los puentes, en las ruinas de los edificios todavía no construidos...

Te gustaba correr descalza por la arena de tus sueños, acechar la luz para cazarla como mariposa incauta y confiada, susurrar en las orejas de los días nublados palabras de claridad espumosa, hacerle preguntas al viento de poniente y agrandar la mirada para cerrar los ojos y dormirte, abandonarte a los jazmines de la neblina nocturna...

Y a mí me gustaba pertenecerte.


_____________________________________



Huellas



Te busqué en las fuentes. Me dijeron que estabas dentro, y te busqué en las ondas desnudas donde anidan las sirenas que se han extraviado. Busqué con ansias las huellas de tu carne lisa, la estela de tu caminar limpio como los guijarros blancos bajo la lluvia. Te busqué al otro lado de las lágrimas, más allá del tugsteno de las farolas, en los manteles del agua detenida... para acabar mordiendo el anzuelo de tu ausencia.

_____________________


Nanas de cristal líquido




Le gustaba pasear por su pueblo a esas horas en las que las aceras están en barbecho, las ventanas cerradas y las fuentes detenidas las más, y las menos susurrando quedamente plegarias húmedas, o nanas de cristal líquido. 
Le gustaba imaginar los asfaltos vestidos de ámbar derretido, y transitar por ellos con la dulce melancolía de los eneros del Sureste. Y un día, en la plazuela donde el aire se bebe el agua, imaginó que era poeta e hiló versos de azúcar y luceros, y antes de partir roció con ellos las cuatro calles en las que fue pasando, lentamente y sin apenas advertirlo, del manantial a la vasija de barro.

_______________________


La sed de los pies cansados




Hurga en las sombras. Verás los años olvidados, la infancia que nos hizo felices; hay rayos, respiraciones y secretos entre los adoquines, en los reflejos que siempre exhiben su arrogancia antiolvido; en los charcos, que encierran sabor a parto y calman la sed de los pies cansados, que cobijan el desdén y saben a sombrero de fieltro navegando en la bruma... 
Hurga en las sombras, transita los caminos devorados por la noche... Tocarás con los dedos la memoria de tu alma.






_____________________________


Sonrisa de naranja



También me gustas cuando estás dormida, con esa sonrisa de naranja, con esa placidez de estanque primaveral estrellado de frutas, florido de peces con branquias de sol. Me gustas también así, con el corazón quieto, la respiración hecha brisa, mar en calma. Me gustas cuando te haces tarde de enero, y recorres a mi lado, sin caminar, todos los sueños, todos los caminos, todos los momentos que nos quedan por vivir allá, más allá del horizonte.


__________________

Aquellos peces cristalinos




Sobre el azul del cielo marino caían las hojas de la tarde, planeaban las aves con alas de crepúsculo, y zumbaban ya las estrellas como insectos de luz remota. Caminaba el reloj sin corazón ni rumbo claro, con un tictac seco, como de espinas. Pero bastó la boca sonrosada de la brisa para aventar tu cabello y dibujar sonrisas de onda en la superficie. Y fue entonces. sólo entonces, cuando descubrí aquellos peces cristalinos de tu pecho, que tan sumergidos en el fondo de tus silencios tenías, encadenados hasta que llegase esa hora añil y plata en la que se liberan las sirenas noctámbulas e incansables y convocan a los astros para compartir con ellos el calor de la madrugada.


___________________


Agujas secas






Pensando en ti, sin conocerte, me ha sorprendido la lenta partida del día. Ha ido la tarde lavando a mano, sin prisas, la camiseta a rayas azules y blancas del cielo, y la ha tendido al último sol, junto a las briznas de leña olvidada en los flancos de los caminos; junto a las plumas errantes de los vuelos tardíos; junto a las agujas secas que yacen bajo los pinos...

Pensando en ti, sin conocerte, me ha sorprendido el cartero de la noche, que se ha acercado sin ruido, con los ojos llorosos, para dejar en mis manos una carta empapada con sus lágrimas. Todas las noticias y todos los mensajeros lloran hoy, desde el alba hasta este momento en el que la tarde se arruga y se recoge. 

Y sin conocerte, con mis manos libero la prosa triste, la alondra silenciosa de la palabra escrita, para que aletee en las alturas sobre las olas del viento, buscándote más allá del horizonte, amaneciéndote en la aurora... Reviviéndote.





____________________





Esa flecha perdida






Te fuiste en enero, o quizás ya te habías ido antes, si es que alguna vez habías venido y habías estado en esta casa, en estos brazos, en estos ojos que miran y ya no te ven. Si has sido sueño antes que vacío, te diré que ha quedado de ti, de tu paso por la estancia de los besos, el aroma del roce, de la piel quemada, de la pulpa saboreada entre calenturas y jadeos. Y un camisón dolorido.

Me pregunto por dónde irás ahora caminando, en qué lejanos autobuses te desplazas, si estás enferma de fuego o lo estás de nieve. Te debo muchas horas de otoño nocturno, y muchas de sol silvestre, y los colores de tus corolas alegres, pero sé que nunca ya podré saldarte mis deudas; porque ya no somos nada, ni venimos ni vamos de acá para allá al mismo tiempo. No, ya no estaremos juntos jamás, no se encontrarán en ninguna encrucijada ni nuestros pies ni nuestros labios enfebrecidos. Ni ese corazón que alguna vez —si no ha sido sueño— nos hemos repartido a partes iguales tantas veces, y que ahora es un músculo oscuro y confundido, latiendo con el desaliento de los vilanos arrastrados por el viento, arrastrados sin saber qué son, qué han sido, para qué sirvieron antes de ser transportados al sueño del que ya nunca se despierta, del que ya nunca se amanece...



___________________________________



A veces





A veces temo defraudarte cuando pongo en el nido de seda de tu pequeña mano sólo simples gotitas de miel. Te regalaría risas de algodón puro, crines de olas de océanos inmensos, soles amarillos con que derretir tus penas y hacerlas cabelleras de luz perenne; te regalaría la llave que abre montañas y luego besan el fondo del mar —matarilerilerile— con labios de coral...

A veces temo ser poca cosa para ti, sólo un burrito platero hecho peluche, apenas una piruleta de mercadillo, un arbolillo canijo jugando a ser abeto frondoso en el desierto...


Pero tomas, confiada y alegre, la miel que te ofrezco, endulzas tu mirada dirigida a mí, y sin palabras me dices que no, que no tema, que sé convertir en pan las piedras, en azúcar la arena gris de los arenales desabridos, y las horas sin melodía en las cuatro estaciones de tu alma de niña...

Y entonces yo... salgo de casa y me voy a vender luz por los caminos.


___________________




Las uvas pasajeras






Ella quiso dormir sin mis ojos, y cambió las estrellas de su sonrisa por unos pies desnudos y audaces, y se marchó. Su marcha fue un bisturí perverso, encarnizado, garabateando burlas de sangre en mi pecho desnudo, puro colmillo hambriento y voraz, un filo duro espoleado por ráfagas de pólvora. 
Ella dejó mis calles, abandonó la ciudad que le dibujé en mi piel para que me recorriese, para que transitase sobre mí como transitan con sus trajes puros las uvas pasajeras por los calendarios. Caminó sobre la inocencia, la belleza, la amargura y la nada... Y luego se fue. Cambió de vestido para cambiar de vida.Y mis calles ya no son las mismas, están sucias, manchadas de amores perdidos.

Y la ciudad solitaria, tatuada en la carne sin sentido, se hundió en las aguas muertas, y se ancló en las arenas del fondo, donde se aprende a no tener ojos, ni hambre, ni caricias en la piel.


Cada vez era más triste


Cada vez era más triste aquel despertarse en pleno invierno del sentimiento, vestirse con tristeza municipal, desordenar los cajones de su pecho y abandonar lentamente la casa, descender por la escalera que baja al infierno de un nuevo día y ganar la acera gris, estúpida, entre olores de matadero y fachadas oscuras, sucias, con caries en sus puertas y ventanas de imposible sonrisa. Cada vez era más triste, aunque estaba acostumbrado desde hacía muchos fracasos a caminar sobre vencidos harapos de asfalto, respirar el aire viciado de arrabal golpeado y desangrarse mirando las sombras tambaleantes del parque, contando las horas que aplastan a los caminantes como él mismo, a los viandantes sin sombrero que se despiertan cada vez más tristes, se visten con sus tristezas municipales, se desordenan... 

Así cada día.

____________________



Pájaros que se comen la noche



La casa también envejeció. Se apartó sin decir nada de la acequia, y del pozo, y solitaria y salvaje se fue desmoronando. Se quedó inmóvil, metal entre estrellas, y silenciosa como la amapola que soñara con ser novia marina, y nunca llegó a conocer el mar. Inmóvil, como Luna, aquella perra nuestra, ciega y recién parida en el patio —tendría yo diez años— con los ojos extraviados, escondidos en las alas de los pájaros que se comen la noche.


________________________




Fluir




Quisiera tener ojos de estatua, detenidos intensamente en tu cuerpo, mujer, pero lo nuestro es pasar, y vivir no tiene tregua. Ser, existir, es extraviarse en las ondas, buscar acomodo para un eterno viaje, el mejor asiento en el vehículo que fluye hacia su destino. En los renglones del trayecto encontrarás a veces nombres que pronuncias y paladeas; otros, a los que cierras tus labios y niegas sus acentos... Y transitarás por calles de distintas ciudades, a veces a pie y en camiseta, a veces con una discreta armadura o con traje de domingo. Y al final te empapas en aguanieve, pierdes el nombre y los calcetines y transmutas tu condición de mineral, te conviertes en agua que corre, que anega, que roza, que canta, que empapa hasta que el sol la teje y la hace sólida, estatua con ojos ciegos, detenidos intensamente en el muelle de la bahía ciega, con su imposible mirar.


__________________________



Sábado





Recuerdo que era sábado con olor a amanecer de enero, con luz de débil hilo de fuego. Recuerdo aquellos seres que golpeaban a la puerta de la vida demandando instantes sencillos, un tranquilo fluir de las olas verde esperanza. Abrían los ojos y se alimentaban de suspiros, y sus pies eran pétalos de brisa en la geografía de las horas plácidas. Lavaban en rocío sus manos, y soñaban con la velocidad y la luz, con miradas que veían lo que no existe y lo estampaban en un soneto de luces y negruras. Labraban la piedra en las paredes moribundas y le daban vida. Pescaban el rumor del agua en los cauces detenidos y le ponían alas, compás y ritmo. Pintaban las puertas oscuras y en ellas brotaban ramajes como relámpagos. Y al final de la mañana, hicieron girar norias enigmáticas, metidas en agua hasta las rodillas de su soledad, y de ellas obtuvieron canciones rumorosas, voces huertanas, amistosas y fluviales, que sólo pueden cantarse en sábados con olor a amanecida de enero. Y en los recuerdos.



__________________________________________


No


No. Queda claro. Sí, desde luego. Muy claro... Él es de brumas, tú de claridades. Él, de corregüelas; tú, de algas marinas... Sí, desde luego. Queda claro. No.

Y los dos conocisteis personas audaces, magos, buena gente, y también comisteis arenas, sardinas y sapos, y tuvisteis grandes alegrías, pero también trapos sucios, desvaríos y rumbos desnortados. Habéis reído, pero también habéis mordido el polvo, y habéis provocado terremotos, a veces sin pretenderlo, y habéis sido cobardes, y luego valientes, y otra vez cobardes... Habéis vivido.

Ella apenas tuvo tiempo de intuir la luz, porque cuando escarbó en la tierra de sus presunciones todo estaba oscuro. Y él apenas tiempo tuvo de intuir la sombra, porque cuando escuchó la sentencia, todavía estaba cegado por el rayo de sol que ella le emanaba... No. Escuchó, y el hombre, entero, se detuvo.

Esas cosas pasan. Días y noches se anudan, se hacinan juntos en los relojes, en los calendarios, en los cementerios... Brasas y carámbanos desaparecen o surgen de la mano a veces. Mieles y hieles caminan del brazo por las plazuelas de los desiertos urbanos. En los muelles, en los andenes, hay viajeros que suben en barcos o trenes que vuelan hacia el Norte, y otros que se arrastran hacia el Sur. 


Ella esperaba ramillitos de esmeralda, y él le ofrecía briznas de azahar. Él escalaba esquinas y cordilleras, y ella llaneaba cuesta abajo, transitando calles con aceras vírgenes y boutiques de grandes vitrinas. Él, durante los paseos, encontraba dátiles en los olivos, y ella aceitunas en las palmeras. Ella tenía que ir muy lejos, y él más cerca, sin abandonar el planeta, ni atravesar galaxias... No.

Esas cosas pasan. Unos se ríen de la muerte, otros se mueren de la risa. Unos llevan la dirección bien escrita en la palma de la mano, y se pierden. Otros vagan perdidos, y llegan al mejor destino. Unos son rojos y picantes, otros blancos y salados. Unos creen que sí, y otros...



________________________







Tres cosas hay en la vida






Salió al porche con una taza de capuchino en la mano. Era una noche de enero fría. Y calculadora probablemente. Miró al cielo, en el que temblaban pálidas estrellas con débiles palpitaciones. Enanas, quizás. Al apurar el último sorbo, creyó ver un astro, duro y azul. Parecía el jefe del cotarro interestelar. Y a él le expresó su queja, profunda...

— Vale que me niegues el dinero; pase, pues. Vale, y esto duele mucho, que me niegues el amor. Pero... ¿Eran necesarios estos achaques, estos estragos sicosomáticos y tan profusos?


Y bajó los ojos al suelo. Y entró en casa con el rabo entre las piernas: pobre, cornudo y atacaíco de quebrantos.


___________________







No hay comentarios: