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Orihuela, Alicante, Spain

9.2.15

Como un ala impar



Joaquín Marín




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Como si vinieras





Él no sabe nada de ti, tan sólo te ha visto una vez, una noche de verano, cuando posabas con tu leve vestido blanco y negro para alguien, tú, tan hermosa, con tu sonrisa hermosa, con tu rizada cabellera hermosa, con toda tu presencia hermosa, en Valencia... Y te guardó en su mente, como quien guarda una musa imposible. Y a veces te imagina a su lado, como si vinieras y luego te fueras dulcemente de un camino a otro, de una soledad a otra, de tu calle a la suya. Como si vinieras con el pie breve, venciendo los crepúsculos, alegre... Y te espera, mirando aguas abajo la corriente del día, asomado a su ventana, asomado a un espejo en donde se refleja tu fluir, tu pasaje hermoso, hasta que la realidad te desvanece...

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Telaraña






Me voy a convertir en insecto, y bajo el fulgor de la luna cómplice batiré mis alas rumbo a ti, hacia la telaraña de tu cuerpo en el que ya se han enredado el latido del mar, las luces del alba, los horizontes despejados, las agujas del reloj, los lóbulos abiertos a otras palabras sin sentido... Hazme un hueco. Tengo tantas cosas que contarte...

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Aquí





...aquí viví de niño, aquí sobrevivo de muchacho, aquí —tal vez— construiré una casa grande, vacía, llena de ecos, con muchos ventanales abiertos hacia un mar que hoy desconozco...




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Tiranía




Sigues siendo bella también cuando callas, y estás como ausente, cuando te bebes mis ojos con los tuyos tan hermosamente abiertos, y cuando se curvan tus labios con la tiranía del deseo... Y cuando lloras como una sirena que ha perdido el canto y espera inútilmente sentada en la costra dura de su soledad. Y hasta cuando te has ido y me conviertes en furia fría de ola despechada, en bahía solitaria, en cielo que amenaza tormenta, pero nunca me da miedo... Siempre vuelves, porque no te creas ni te destruyes, solamente te transformas...


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GPS






Abro los ojos y no acabo de encontrarte. El día sigue siendo noche. Pero ya te pienso, e intuyo tus pisadas en la arena. No llevas tacones, vienes descalza, como peregrina alegre que difumina las distancias. Y vienes burlándote del mundo que nos desarma, y eres luminosa... Miro, ya digo, sin acabar de encontrarte, y para envolverte en mis brazos invento abrazos, y sudores, y comparto contigo fresas maduras y silencios de dulces marejadillas. Y en el rincón más inhóspito te espero, porque creo que el amor existe. Y tú tienes un corazón con gps. Y sé que vienes.

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Sonrisa azul






...Jaque mate, me dijo la reina de las olas abatiendo mi torre con su caballito de mar... Y su sonrisa azul alga, su respiración de caracola, su mirada de espuma petrificada habían ganado la partida.



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Llovizna






La mañana de abril se quitó la máscara y en realidad era una tarde de otoño... parda, fría, ligera de equipaje, como aquélla de don Antonio... monotonía de llovizna tenue tras los cristales de mis gafas...
La tierra húmeda respiraba tras la ventana que daba al mar vacío, cerrado —por defunción— a los prodigios. Y por el cielo arrastraban su soledad gris unas nubes sueltas, deshuesadas, como sin aliento...



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La espera







..y mientras te espero, me invento primaveras...


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Brisa a favor







Sobre el folio blanco no paraba de nevar ceniza, y un viento huracanado traía desde las lejanas regiones de su fantasía esqueletos y sierpes, entre choques de huesos y silbidos mezclados con lágrimas...
Entonces el aprendiz de poeta levantó la mirada y la dirigió al cielo. En él ciertas aves jugaban a ser seres bañados en luz, felices e intrascendentes, aleteando, brisa a favor, hacia los horizontes en donde anidan las sonrisas y los rocíos...
Lanzó entonces la ceniza al vacío y salió afuera. Transitó el camino buscando en él las luciérnagas precisas para convertir la tiniebla en una bella noche estrellada.


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Delante del espejo








En algún rincón teñido de luz ambiente duermen los peluches, esperan en vano su biberón las muñecas...

Ahora se acerca a la bicicleta de otra luz, la monta, la doma, y se mete de perfil vida adelante, y el timbre suena a arroyo de primavera, a día que se ha vuelto loco de dicha. Y pedalea y pedalea. Y yo la miro, y el corazón toca el tambor en mi pecho...

Y luego, más tarde, se colocará delante de la luna, ante el espejo, y jugará a pintarle los labios a su reflejo. Y a crecer, porque la vida ya le empuja.


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Desde el balcón







Sales a la calle, y la calle está mojada, y tus pies la transitan con desgana, de pisada en pisada, de soledad en soledad. Tienes un pasado, y tendrás también —casi seguro— un futuro, pero tu presente no es mensurable, no tiene peso, ni medida, ni textura... Estás sola. 
Estás sola, y vas al trabajo esta mañana de húmeda ceniza con la cabeza gacha, llorando sin lágrimas sobre los charcos, como quien va a su propio fusilamiento. Y yo te miro desde el balcón, con un capuchino semihelado en la mano y el primer pitillo del día torturándome el pensamiento. Anteayer dejé de fumar. Te miro, y estoy a punto de gritarte mujer, no estás sola, un perro callejero lleno de pulgas y vacío de dueños viene tras de ti, saltando, corriendo... con esa fe desesperada que sólo tienen los perros.


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Plegaria






De lejos nos parecía aquélla una casa vacía, tan grande y sin ecos, con sus ventanas apenas insinuándose al sur, a los verdes vegetales del mar que era nuestra huerta. Se nos antojaba una casa rara, donde nada pasaba y nadie respiraba. Estaría tal vez entreverada de corredores infinitos, oscuros; de puertas ocultas, de rincones ciegos. De rumores y pisadas de seda. 
Estaba rodeada por un alto muro de piedra y argamasa, como un cilicio a la vez protector y fustigante —esta palabra nos la enseñó el maestro, una tarde parda y fría— y por encima de la piedra asomaba, como hoy, el penacho abierto a las alturas de una palmera, "una verde plegaria que busca su cielo" —también nos explicó el maestro lo que era una metáfora, pero meses después, cuando íbamos ya camino del instituto—...





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Elección







Le hizo gracia —me confesó— verme fotografiar el suelo, en vez del cielo y las alturas. Se acercó a mí y me preguntó si, como ella, yo era de esta ciudad. Sí. Y me contó que uno no elige el sitio en el que nace, eso es cuestión ajena y aleatoria...



"Tal vez no sea el sitio más bello del mundo. Quizás no tenga la partitura de Salzburgo, el embrujo de Lisboa, el duende de las reinas moras andaluzas, el cielo castellano, el salitre de las urbes que besan el mar, la eternidad de Roma o la luz de París, los canales de Venecia o la Gran Muralla... No huele a lavanda, ni viste sus cerros de ropajes blancos en invierno; no brotan géiseres en su suelo, ni gheisas en sus intimidades, ni tiene un Danubio que llevarse a la vega..."



Uno no elige el sitio en el que nace, claro. Pero ella había vuelto, ahora, a sus años, a su casa natal, en el Raiguero, y había abierto todas las ventanas a los azahares y los espliegos, a los rocíos y las brisas del sotomonte, a los recuerdos y al futuro... Porque sí ha podido elegir... el futuro.






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Escondite






En el pequeño jardín del pequeño palacio las parcas estaban jugando al escondite, a buscar esqueletos entre los almendros descarnados. Buscan uno a mi medida, pensó el hombre levantando la vista desgastada desde el libro hacia el campanario cercano. Su corazón hizo un aspaviento, como queriendo escapar, o al menos espantar los malos presagios. Pero la tarde ya daba vueltas sin sentido, y sonaba el crepúsculo con la lentitud ahogada de los relojes de carne que laten ya sin voluntad ni arrojo. Pingajos.



— Aquí está —dijo alguien.






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La luz detenida






Abrías la ventana. Entraba luz en tu celda. Los pájaros traían y llevaban noticias en el temblor de sus revuelos. Me contabas que a menudo una brisa de albahacas y lunas te acariciaba el cabello, y removía tus cuartillas. Y me confesabas secretos, enseñándome todas las acepciones de la palabra delicia.



Hoy está cerrada la ventana. Y la luz detenida en el cemento desnudo de la pared. Y unos pájaros tristes dormitan sin traer ni llevar noticias. La delicia está desarmada. Y desalmado yo, despensado mientras camino lentamente. Es tan inútil la prisa...




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Recuerdo






Te miro y me acuerdo del mañana...




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Bucles





La niña que ya nunca fue niña perdió el uso de razón, perdió el uso del misterio, el uso de la palabra... y desde entonces me dio miedo contemplarla.
El niño que ya nunca será niño hoy mira aquella casa cerrada, y se llama a sí mismo a gritos de silencio; y se mira en sus retratos de marinero, riendo con sus ojos grandes, despiertos y negros, y sus rizos rebeldes. Y si me acerco a él es como si atravesara un espejo, como si más allá encontrase a otro niño viejo, medio calvo, que hace bucles con sus miedos...



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Azud






Si supiera medir versos y no guardar las distancias jugaría a ser poeta. Abriría el balcón de par en par y me nutriría con tus crecidas llenas de pasado, de aquellas baldomeras de savias sustanciadas, de tus azudes por los que se deslizan huyendo de la eternidad los pecados mortales, las llamas húmedas de los infiernos, las culebras de agua y los zapatos de la lluvia. 

Si supiera medir versos y no guardar las distancias volvería a tus cañales, a la selva virgen de mi infancia, y a aquel andar travieso camino de la escuela, oliendo a pan nuestro de cada día. Con aceite. Y también ese olor acre de los pueblos humildes, en los que conviven las corregüelas y los galanes de noche, el agua bendita, que restaña, y la maldita, que devasta...

Y ya puestos, desde el balcón te diría que en tu espejo huidizo las muchachas del pueblo peinan la brisa, o cosen sueños, o enhebran largos hilos de melancolía...





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Te escribo desde una ciudad dormida






Te escribo desde una ciudad dormida. El cielo, gris manso, está llorón, y unas olas funerales barren la atmósfera, redoblan en el vacío, estallan en azahares sucios. Te escribo desolado, con el desaliento a toda orquesta y el dolor a todo trapo. Te escribo con ortografía de gemido largo, mayúsculo, con la fluidez paquidérmica de unas campanas enterradas en musgo, en siglos de cieno. Te escribo con harapos de luto arrastrado, con el temblor de unos dedos carcelarios, con esas huellas indecentes de quien se entrega al llanto. Te escribo sin saber lamer mis heridas, como perro que ladra la muerte de su amo.



Te escribo desde una ciudad dormida, con las manos en los bolsillos de mis recuerdos, y sin saber para qué lo hago.





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Locura parda







Te ríes de mí cuando te miro con ojos vírgenes preñados de presunta poesía, cuando te siento como un ansia de agua viva, dulce, transparente, incluso bendita; cuando me ciño a ti para bailar con la música que me conmueve; cuando me tiendo bajo tus árboles, enfebrecido, y tiemblo junto a tu carne de piedra muerta siempreviva. Te ríes cuando te devoro con ojos de locura parda, cuando te deseo con nocturnidad y alevosía, cuando respiro tu inmensa quietud de loba esteparia, de acequia detenida, de azarbe olvidado, de garza cautiva en el sopor de los inciensos... Cuando te rapto y te hago sólo mía, huertana.


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Feuilles mortes





Me has mirado. Y entre las hojas vencidas han vuelto a respirar los recuerdos de la primavera.

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 Como las aguas mansas





...y bajo un sol de alas metálicas transcurre el mediodía como las aguas mansas de un río que perdiera sus espumas, sus alegrías, sus dolores, sus aires y sus batallas... Como un río abrazado a la somnolencias vegetales de sus orillas, a sus delirios de cauce descarnado, puro hueso, y que se inclina a su cercana muerte con su cuerpo fatigado, podrido entre charcas lentas, de cañaveral dulzura lánguida. Y llamado, sin excusa, al hastío de los mares, donde un caballo negro respira salitre mientras trota sin sentido.




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Ausencia poblada





Y también me gusta verte así, un témpano desnudo a la luz de los astros, esa luz quieta, cortante, acuchillada... Verte así, velada para los hombres, pero esperando altiva, con los brazos en cruz, con los pechos henchidos de ausencia poblada. Así, muerta y viva a la vez, capaz de quemar las yemas de unos dedos osados o de congelarlas con el frío de tu nieve ciega, capaz de enterrar los pétalos de vida en el mar muerto de la nada.
Verte así, con mis ojos convertidos en manos para resbalar sin prisa sobre el pedernal esponjoso de tu cuerpo abierto...

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Al acecho







Me gusta verte así, sencilla como un paisaje nada pretencioso, donde la luna delira sus sueños de imposible estatua de sal, donde el sol entorna sus párpados para saborear las yedras, donde el cielo es un grito detenido y azul...

Me seducen los arbustos de tus ojos, bellos como el peligro, como los abismos, como los gritos sin sentido, que embriagan. Me desarma la respiración opaca de tu estanque remansado, el agua caliente que jadea sorda, con su potencia contenida, siempre con el silencio al acecho, a la espera.

Me gusta verte así, sencilla como un paisaje nada pretencioso... y desearte con los dientes, con las uñas, con la cólera seca del león, que al rugir se desgarra.





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Dormidas como hojas secas







Hay manos que trabajan el hierro, o el cemento, las conservas, la lana, el carbón, las anilinas, el macramé, la azada... Las mías ya sólo charlan con tu piel, escriben en ella sonetos frustrados, trazan arabescos urgidos por la pasión, labran tus músculos y siembran en ti granos de espuma de champán, burbujas de vino tinto, de agujas ebrias...
Mis manos te asaltan con amor, con desmedida terquedad, con atrevidas maniobras orquestales en la oscuridad de tu pubis, o en las dunas de tu vientre desértico... Y sí, a veces se quedan muertas, inmóviles, abiertas con la medida justa de un seno recién acariciado, dormidas como hojas secas en el equilibrio desorientado del otoño, reclamando nuevas savias...


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Mi boca se puebla con tus labios






Algunas veces, cuando trato de explicarme, me crecen sonidos en el silencio, invento casi versos, casi oraciones, casi algo que yo sólo casi entiendo... Se me escapan por la puerta y las ventanas de mi casa las vocales abiertas, y corren sueltas, en desbandada, alocadamente. Mis vecinos las persiguen con sus redecillas de cazar mariposas al vuelo... Los adjetivos deshuesados hurgan en mis mandíbulas batientes, y el verbo se me convierte en carne, me habita y me atraganta...

Entonces mi boca se puebla con tus labios, y estalla en besos con una alegría irracional. Y me callo, ya despierto, y escucho tu sonrisa, y veo cómo juntas tú el estropicio de mis letras huidas mientras susurras que soy bello, y loco...



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Mientras la vida crece




Vas y vienes dando así luz a los misterios. Gozosos. Abres los brazos, y entro en el vestíbulo de tu carne. Cierras el fruto, y lo muerdo por alegrías, o lo exprimo en un blues, en un solo de saxo nocturno, en la esquina de la madrugada, haciendo volar mis latidos como palmas que esperan la aurora. Nos vivimos así, hacia adelante, mientras la vida crece, sabiendo que la dicha nunca es pecado.


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Soñé






Soñé que eras una bombilla fundida, es decir, que no eras nada, sólo un estúpido cristal frágil, abombado, polvoriento, sin esqueleto ni futuro. Soñé que mis brazos eran tu morada, tu cárcel... la tumba que la inexistencia te tenía destinada. Y soñé entonces que sentí compasión por tus albas extintas, por el martirio al que te había sometido inconscientemente... Y abrí los brazos a los horizontes despejados y a los vientos que recorren los páramos escribiendo a ráfagas la palabra libertad. Y te dije "vete", gusanico de luz velada, luciérnaga del mañana...




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La tarde era como una mujer triste 




Te gustaba salir a la calle silbando, con el alma dispuesta y el pitillo en la boca. Fortuna. Hablabas a los niños, les sonreías; y te ibas con las nubes de paseo, como si fueses brisa que las llevara más allá de las lomas, más allá incluso del horizonte, guiándolas por el Levante. Salpicabas luego de alegría el barrio, lo amanecías de risas y de aves cantarinas; lo llenabas de frutos: redondas cerezas, rezumantes higos, o brevas, manzanas sin pecados del paraíso concebidas... rojas, como tu mente...
Hoy he caminado por entre aquellos huertos que tantas veces transitaras tú en vida, cuando aún podías sudar, beber vino tinto, soñar con escotes pródigos... Y la tarde era como una mujer triste —como tu Juana— dolorida, pinchada de horas rotas, carcomida en el sanseacabó de los relojes que han vaciado sus arenas, y la razón de su existir.

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