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Orihuela, Alicante, Spain

25.8.13

Cornijales



Té de vainilla y canela

Se enredaba en tu cuerpo, como yedra lasciva, el aroma vaporoso del té de vainilla y canela. Estabas hermosa, reinando en silencio al cobijo del follaje; la mirada dulce, de seda, y los gestos suaves, despaciados, caricias de brisa sobre frágil duna. 
Luego, tras los primeros sorbos, con los labios humedecidos, me contaste algunos pasajes de tu travesía por el desierto de las decepciones, de las desesperanzas, de la tristeza. Y yo bajé la vista al suelo. Había huellas de tus pies gráciles y diminutos, huyendo en la arena de la tarde.

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Dos lágrimas


Nunca había visto llorar a un jazminero. Hasta ayer. Moría apaciblemente la tarde de agosto entre los rumores del azarbe y las justas enamoradas de los ruiseñores del crepúsculo, garabateando el aire perfumado. Nunca había visto llorar a un jazminero, y ayer asistí a su llanto. Primero fue un débil temblor, después un escalofrío de savias y un suspiro de aires... Y luego dos lágrimas blancas buscando la eternidad en el suelo.

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Desirée - Herminia

      A VECES ME ACUERDO de ti, Herminia. Rescato el destello pálido de tus huellas, aún patentes, de la nebulosa del olvido (si estuvieras a mi lado te seguiría pidiendo perdón por mis frasecitas, como entonces). Me acuerdo de ti, sí. Es extraño que después de tanto tiempo sigas todavía parpadeando de temps en temps, mon Dieu, en el crepúsculo gris ceniza de mis recuerdos. Tu sonrisa apócrifa; apenas un fantasma carnoso. El pecado mortal de tu piel. La “condenasión” eterna de tu olor...
      Tenías todas las de perder, Herminia, o Desirée, si prefieres que te llame por tu nombre de guerra. Todas las de perder. Los ojos azules -ya sabes, tan mentireiros- y las esperanzas de mujer rotas. Un revoltijo de angustias se cernía a menudo sobre tu frente de corza salvaje. Y yo, hechizado por el bebedizo de tu carne, te amaba. Con el money por delante, claro. Te amaba por la fruta fresca de tus silencios, por el dulce cilicio de tu fingida altivez; por esa química orgánica inexplicable que surgió de pronto entre un aprendiz de fotógrafo con ínfulas de poeta y una diosa del arrabal... ¡Qué se yo por qué te amaba, española apátrida! Necesita­ba abandonar precipi­ta­damente el estudio de Bernard, mi maestro, e ir a buscarte para decirte nerviosamente que las noches sin ti eran estériles arabescos dibujados en la bóveda de mi desgracia. Pero tu corazón no contenía ningún rinconcillo en donde poder consignar la mochila de mi eterna adolescen­cia. Ignorabas mi furor de mancebo, mis versos calenturientos, mis malditos discursos -monser­gas, chato- y jamás me tomabas en serio. Ignorabas incluso las pretenciosas instantáneas de mi reflex recién estrenada.
      -- Este primer plano tiene glamour, no digas que no.
      -- Abrevia, majo, que no estoy para historias. Y suelta las perras, que tengo prisa.

      CUANDO REGRESABAS POR EL pavés de la Rue des Tissus hacia abajo, la madrugada te coronaba con su manto sucio de humo y de misterio. Reina plebeya de la noche. El taconeo aterido y vacilante de tus pisadas te hacía extraña­mente sobria, hermosa­mente malvada. Pero tú y yo sabíamos lo que de verdad eras en aquel espejismo gabacho: una piltrafa de raíz española; una méteque, vagabunda en saldo permanente. Une putain de merde, para ser más claros. Y los temblorosos fanales del Quai du Sud, en el puerto, te saludaban con un deslavazado y tembloroso tintineo en el vaho de las horas muertas. Oh-là-là, aquella oscuridad cimbreante de los horizon­tes húmedos. Un Mediterráneo como de liento hollín; mucho más lúgubre, más mendigo que el nuestro, ¿verdad, cariño?
      -- Mira que eres retorcido para hablar, nene.

      TE ESPERABA AL FINAL de la calle, y de la noche, el fantasma decrépito y cetrino de un padre asmático -oh, ce vieux republica­no derrotado- y el vacío de una madre perdida a lo largo de un mortificante camino. ¡Ah!, y un maldito grifo chop chop chop, goteando eternamen­te sobre el acero inoxidable oxidado de aquel fregadero vuestro. Tal vez ese goteo fuera la infinita y rítmica concien­cia de los parias de la tierra, chop chop chop, marcándote el punzante compás de la miseria...
      -- No entiendo nada de lo que dices, macho. O eres un farsante o estás como una cabra.
      Y UN DÍA, ASÍ de pronto, c'est fini mon amie Desirée, mi paisana Herminia. Por más que te busqué, por más que hollé la noche del barrio, por más que lamí todas las esquinas en las que pudieras estar apoyada, todos los sucios lechos en los que peut-être se habría impregnado tu laborioso sudor, tu indiferencia y tu tristeza, ya no te volví a ver.
      -- Ya no va más -parecía haber dicho de pronto el croupier en la última partida de nuestro destino. Rien ne va plus.


      A VECES ME ACUERDO de ti, Herminia, ya te digo. Por más que el polvo haya dejado su pátina de olvido sobre la película en blanco y negro de nuestra corta historia de desencuentros. A veces Desirée, reapareces en el hueco frío de mi cuarto oscuro con el duro gesto de tu mirada y el rictus desganado de tu boca clavados en el lujurioso obturador de mon appareil de photo; lo mismo que antes, Desirée, cuando emergías poco a poco desde el fondo líquido de la nada, ganando la superficie en la cubeta de revelado con tu eterna imposible sonrisa.
            Y te confieso, paisana, que a menudo suelo echarme al bolsillo trescientos francos, por si llegara a descubrir de pronto el apetecido contraluz de tu silueta apostada en cualquier turbia esquina. Por si llegara a escuchar de pronto, magnificado por la quietud de la madrugada, un inconfun­dible taconeo -aterido y vacilante- sucumbiendo ante las fauces de un inevitable crepúsculo.
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3 comentarios:

Rosa dijo...

En corto lo bordas, maestro...

Besos desde el aire

Rosa Cáceres dijo...

Unos textos perfectamente construidos, con la sensibilidad amante de un magnífico narrador.
Para mí es admirable, yo como no sea en largo recorrido...
Un saludo

Joaquín Marín dijo...

Muchas gracias.