En tus ojos de niña grande
yacía aún mucha brasa, y aun una mano de yedra
donde cantaba una alondra. Mi mano
era sucia, y sujetaba un arado. Pero no la
despreciaste.
Era mi voz del sabor de los túneles, pero
quisiste oírla, aun sabiendo que soy sabio de
ignorancias
armado de palabrotas.
Te hablaba de la puerca miseria
de volver a empezar cuando todo está acabado.
Y fuiste educada, aceptaste el palpitar de mi corazón
roto en coágulos, sin manifestarme tu asco.
Quisiste ver el sol donde yo sólo veía lluvia,
y quisiste ver que era otro pecho el que moría,
no el mío.
Sabías que sólo podría darte vacío y sin embargo
sonreías como si te ofreciera tierras prometidas.
No creas que no agradezco tu deferencia,
que no me conmueve tu bondad, no soy tan frío… aunque
sí difunto.
Por eso aquel día pronuncié tu nombre: Silvia,
Y el tuyo, María José; el tuyo, Isa;
Tu nombre, Agurtzane, que sabía a ría vasca.
El tuyo, también, claro, veinte años de ti y una
canción desesperada pronunciándolo…
Y no sé si quiero pronunciar el tuyo: soledad mía.
Orihuela, 4 de abril de 2011
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