Ella era ave de tierra adentro, y el lenguaje de las espumas marinas le resultaba extraño, duro y más bien indescifrable, pero aquella mañana se acercó hasta la orilla de los azules revueltos, donde las rocas conversan con los narcisos de las aguas que no cesan, y pudo entender su diálogo perfectamente. Las olas traían de ultramar noticias y leyendas fantásticas, de piratas y sirenas; y las rocas, agradecidas, les recitaban poemas de soles y aromas mediterráneos, caricias sonoras de terrenos firmes.
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Estabas bella, aunque te miré con ojos envueltos en cenizas de otoño deslavazado y mustio. Bella y serena, con esa placidez que solamente atesoran las almas puras y sencillas. Respirabas con un mudo vaivén de pequeña nao que yace sobre lecho de plata. Y pude contemplarte en silencio con eternas miradas, también yo mecido por un discreto vaivén sobre lecho de recuerdos y nostalgias.
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Joaquín Marín
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