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Escuchaba risas de sirenas a mi espalda, entre chapoteos erizados que hacían temblar los espejos del agua; había enfrente, a lo lejos, un enjambre de serenas luciérnagas vistiendo de gala la bóveda de la noche. Y allá arriba, en lo más alto de mi delirio, los labios de la luna con su aureola de plata. Y quise retener para mí aquel instante
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Joaquín Marín
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