La prueba del algodón
-- Paé usté Mr Proper. señá Lola -le dijo un día Virtu, la vecina.
-- ¿Paesco quién? -se extrañó ella, que entiende poco el arameo.
La señá Lola -Doloricas la del Fraile- ganaría todos los premios si se premiara a la persona más curiosa del pueblo, y alrededores. De siempre, dicen las comadres, ha tenido su casa como los chorros del oro. Por dentro y por fuera, dicen. Según parece, todas las hijas de Quino el Fraile, seis, salieron curiosas de natural.
El día que tomé esta foto, la señá Lola echaba chispas. Restregaba la fregona a riesgo de dejarla desmochada, con frenética vehemencia. Con mala leche, fuera poesía.
-- Me cago en tos los perros pichas flojas.
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Un cortado
-- Paé usté Mr Proper. señá Lola -le dijo un día Virtu, la vecina.
-- ¿Paesco quién? -se extrañó ella, que entiende poco el arameo.
La señá Lola -Doloricas la del Fraile- ganaría todos los premios si se premiara a la persona más curiosa del pueblo, y alrededores. De siempre, dicen las comadres, ha tenido su casa como los chorros del oro. Por dentro y por fuera, dicen. Según parece, todas las hijas de Quino el Fraile, seis, salieron curiosas de natural.
El día que tomé esta foto, la señá Lola echaba chispas. Restregaba la fregona a riesgo de dejarla desmochada, con frenética vehemencia. Con mala leche, fuera poesía.
-- Me cago en tos los perros pichas flojas.
-- ¿Paesco quién? -se extrañó ella, que entiende poco el arameo.
La señá Lola -Doloricas la del Fraile- ganaría todos los premios si se premiara a la persona más curiosa del pueblo, y alrededores. De siempre, dicen las comadres, ha tenido su casa como los chorros del oro. Por dentro y por fuera, dicen. Según parece, todas las hijas de Quino el Fraile, seis, salieron curiosas de natural.
El día que tomé esta foto, la señá Lola echaba chispas. Restregaba la fregona a riesgo de dejarla desmochada, con frenética vehemencia. Con mala leche, fuera poesía.
-- Me cago en tos los perros pichas flojas.
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Un cortado
Parecía una foto aquella escena. Seres detenidos, desprovistos de movimiento. La camarera -sudamericana, dulce mirada y generoso escote- me había servido el café, y yo llevaba un buen rato observando los gestos tan pausados de "mis" personajes. Las chicas, reconcentradas en sus lecturas -bueno, la de la izquierda alzaba la vista de vez en cuando y la dirigía hacia mí, ratica colorá, sabía que las estaba cotilleando- y el hombre, de rasgos magrebíes y absorto, como atrapado hasta el alma en una duna, sin poder zafarse de los recuerdos o de las desesperanzas.
No pasó nadie más por el desierto de aquellos largos instantes. Y cuando la camarera -sudamericana, dulce mirada y generoso escote, repito- me trajo el platito de las vueltas, tomé esta foto y alcé el vuelo. Al pasar junto al hombre le dejé el poso del café, la calderilla.
No pasó nadie más por el desierto de aquellos largos instantes. Y cuando la camarera -sudamericana, dulce mirada y generoso escote, repito- me trajo el platito de las vueltas, tomé esta foto y alcé el vuelo. Al pasar junto al hombre le dejé el poso del café, la calderilla.
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