Joaquín Marín
El silencio de las pajaritas de papel
Había un hombre sentado en un banco del pequeño parque. Miraba sin ver. Sus ojos se habían convertido en asmáticas pajaritas de papel, y, apenas sin aliento, huyeron a través de la niebla hacia la fuente donde abrevan los recuerdos.
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El silencio de la joven del parque
Apartó de su oreja el móvil, y miró la pantallita de cristal líquido como quien observa, pasmado, a un monstruo del averno, con una mirada que pasó lentamente del estupor al abatimiento. Guardó en su bolso el aparato, pero pronto lo volvió a recuperar, a escrutar... tal vez esperando una llamada, un mensaje, una excusa, una última oportunidad que pudiese transfigurar la tensión desolada de sus labios en simiente de sonrisa. Pero no.
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El silencio de la luna tímida
No quería ver la luna la sombra alargada y oscura de aquellos cipreses solitarios, y se embozó entre girones de algodones celestes. Y esquivó el aliento desalentado de aquella tristeza vegetal. Y sólo dirigió furtivamente su mirada de luz desnuda hacia el corazón pétreo de la montaña, que, en carne viva, aceptaba —agradecida—su caricia.
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El silencio de las higueras
Malheridas de invierno, las higueras lloran hojas muertas en otoño.
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El silencio de las campanas tristes
Escuché aquella tarde el silencio melancólico de las campanas. Presas eternamente, vertían lágrimas de acero envidiando el vuelo libre de las nubes...
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El silencio de las branquias dormidas
Se durmió mecido por la nana salada de unas olas de seda, y ya no quiso despertar.
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El silencio de la sirena
No tiene muñecas ni peluches, pero no los necesita. Tiene todas las brisas salinas, todos los crepúsculos de azahares que besan la arena, y todo el tiempo del mundo para atraer con su canto silencioso a los duendecillos de la fantasía.
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El silencio del peón de ajedrez
Antes de ser detenido y relegado a su prosaica cárcel -cadena perpetua- de hierro y cemento, el humilde peón fue poesía, algarabía de metáforas y batallas románticas, de nobles lides y cerebrales estrategias. De victorias y derrotas. En el pasado tuvo un latido de carne y hueso...
Ahora es reo de lenta muerte, reducido a estatua varada y a presente sin médula, a merced de la pluma inmisericorde de los rigores de la nieve o del fuego, de los granos de arena de un reloj con espíritu de telaraña.
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El silencio de una tarde de diciembre
Pasó una joven con los ojos cautivos en la pantallita elecedé de su móvil. Pasaron mucho después, renqueantes, dos mujeres maduras, bien pertrechadas de ropa de abrigo. Es que soplaba una fría brisa serrana, una metáfora de los filos de navaja. Las mujeres hablaban de sus cosas -en voz baja cuando llegaron a mi altura- y se perdieron sin prisas cuesta arriba. Más altura.
Después pasó una larga hora muda. Y por fin toda la tarde sin aliento ya. Muerta, a hombros del crepúsculo, y camino de la nada.
______________________________________Le silence des femmes
Estaba la puerta entornada, semiabierta a la tarde. Y acertó un haz de luz a penetrar en la estancia, a resbalar por vuestra ropa, a dar calidez a vuestra piel y color a vuestros instantes de palabras en silencio. Sentidas, mas no pronunciadas.
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1 comentario:
Pasé a saludar!
Un placer disfrutar tu espacio.
Un abrazo,
Yeli
Soyamora.blogspot.com
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