Joaquín Marín
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Ayer, mientras te esperaba, se me hizo otoño.
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Ayer, mientras te esperaba, se me hizo otoño.
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Era noviembre. Se mustiaba la sonrisa, sin raíz ni futuro. Se convertían los labios en pulpa seca, en pasas sin brío ni dulzor. Y los ojos eran arrastrados por el viento hacia el invierno de la nada. Era noviembre, mes de difuntos.
Se miró en el espejo y no vio su rostro. Vio una hoja muerta. Era savia hecha ceniza ya su vida.
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A la orilla de tus labios
Amanecí y vi que era otoño, y domingo. Salí desnudo a la mañana y me vestí de tomillos e hinojos junto a los pinos, y me calcé borceguíes de romero, que siempre presagia mieles. Y me perfumé de espliegos y jaras mientras herrerillos, carboneros y gafarrones escribían melodías en los pentagramas del ramaje. Y luego anduve por senderos agrestes y empinados hasta llegar a los dominios de la fantasía. Y allí me desnudé y me tendí en la orilla de tus labios, que eran olas continuas deslizándose por mi piel. Y...
Pérdidas
Era otoño, tiempo de adioses y pérdidas. Había perdido el cielo su horizonte de mar; y el el mar las olas; y las olas los narcisos de sus espumas; y el molino sus aspavientos... y yo la partida contra ti.
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Náufrago de tierra firme
Me acerco a veces hasta nuestra playa. Sé que ya no están las huellas de tus pies descalzos sobre la arena, junto a los míos. Y en vez de aquellas brisas serenas perfumadas de sales, un viento lúgubre y soso, de otoño, me cruza la cara, me parte el alma en mil pedazos y hace puzzles con ellos en el crepúsculo. Me detengo de trecho en trecho, con mi soledad de náufrago de tierra firme, y miro allá lejos, lejísimos, donde cielo y mar se besan como nos besábamos entonces tú y yo: eternizando el horizonte nocturno del deseo. Nadie besaba como nosotros, eso nos decían las últimas gaviotas trazando arabescos de sombra sobre nuestras cabezas, sobre nuestras bocas enlazadas, sobre la única silueta que eran nuestros cuerpos...
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El ventanuco
Entornado con la tristeza de un ojo moribundo, el ventanuco mira sin fuerza a poniente, al lodazal de tarquín que alguna vez -jirones de la memoria- fuera cañal húmedo, nido de aves acuáticas humildes, gregarias, que garabateaban con sus alas el espejo lento del Segura. Cañal, nido y espesura selvática para los juegos ingenuos de los niños que fuimos alguna vez.
Y esa tenebrosa y desfallecida mirada del único ojo de esa faz derruida, el ventanuco, esa querencia hacia el ocaso hueco de la tarde, es ya sólo metáfora, sólo ceniza huertana, sólo una reliquia miserable de lo que fue ostentación, lujo de arterias pujantes, de raíces amamantadas y abundancia de sudores recompensados... rayo herido, que sí cesa.
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Influjo
Pensé en ti, y te imaginé como una simple rosa, humilde y bella en su sencillez, y hasta malherida de silencios y soles asesinos, arañada de irreversibles ausencias, y estragada por los filos traicioneros del vivir. Pensé en tu perfecta imperfección, y ansié los pétalos abiertos al gozo de tu cuerpo, el aroma embriagador de tus pliegues más ocultos, el fuego eterno de tu cráter pródigo, el jugo florido de ansiadas mordeduras y soñados besos; el fragor de íntimos combates, de torbellinos de pieles de terciopelo llenas de rocío...
Pensé en ti, como ahora pienso...
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1 comentario:
La rosa blanca, mi favorita y sin cortar.Preciosa metafora aromatica,sensual y pasional.
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