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Orihuela, Alicante, Spain

25.11.13

Silencios




Joaquín Marín



El silencio de las pajaritas de papel



Había un hombre sentado en un banco del pequeño parque. Miraba sin ver. Sus ojos se habían convertido en asmáticas pajaritas de papel, y, apenas sin aliento, huyeron a través de la niebla hacia la fuente donde abrevan los recuerdos.

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El silencio de la joven del parque





Apartó de su oreja el móvil, y miró la pantallita de cristal líquido como quien observa, pasmado, a un monstruo del averno, con una mirada que pasó lentamente del estupor al abatimiento. Guardó en su bolso el aparato, pero pronto lo volvió a recuperar, a escrutar... tal vez esperando una llamada, un mensaje, una excusa, una última oportunidad que pudiese transfigurar la tensión desolada de sus labios en simiente de sonrisa. Pero no.






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El silencio de la luna tímida




No quería ver la luna la sombra alargada y oscura de aquellos cipreses solitarios, y se embozó entre girones de algodones celestes. Y esquivó el aliento desalentado de aquella tristeza vegetal. Y  sólo dirigió furtivamente su mirada de luz desnuda hacia el corazón pétreo de la montaña, que, en carne viva,  aceptaba —agradecida—su caricia.

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El silencio de las higueras


Malheridas de invierno, las higueras lloran hojas muertas en otoño. 




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El silencio de las campanas tristes







Escuché aquella tarde el silencio melancólico de las campanas. Presas eternamente, vertían lágrimas de acero envidiando el vuelo libre de las nubes...


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El silencio de las branquias dormidas






Se durmió mecido por la nana salada de unas olas de seda, y ya no quiso despertar.





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El silencio de la sirena









No tiene muñecas ni peluches, pero no los necesita. Tiene todas las brisas salinas, todos los crepúsculos de azahares que besan la arena, y todo el tiempo del mundo para atraer con su canto silencioso a los duendecillos de la fantasía.

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El silencio del peón de ajedrez





Antes de ser detenido y relegado a su prosaica cárcel -cadena perpetua- de hierro y cemento, el humilde peón fue poesía, algarabía de metáforas y batallas románticas, de nobles lides y cerebrales estrategias. De victorias y derrotas. En el pasado tuvo un latido de carne y hueso...
Ahora es reo de lenta muerte, reducido a estatua varada y a presente sin médula, a merced de la pluma inmisericorde de los rigores de la nieve o del fuego, de los granos de arena de un reloj con espíritu de telaraña.

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El silencio de una tarde de diciembre



Pasó una joven con los ojos cautivos en la pantallita elecedé de su móvil. Pasaron mucho después, renqueantes, dos mujeres maduras, bien pertrechadas de ropa de abrigo. Es que soplaba una fría brisa serrana, una metáfora de los filos de navaja. Las mujeres hablaban de sus cosas -en voz baja cuando llegaron a mi altura- y se perdieron sin prisas cuesta arriba. Más altura.
Después pasó una larga hora muda. Y por fin toda la tarde sin aliento ya. Muerta, a hombros del crepúsculo, y camino de la nada.


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Le silence des femmes




Estaba la puerta entornada, semiabierta a la tarde. Y acertó un haz de luz a penetrar en la estancia, a resbalar por vuestra ropa, a dar calidez a vuestra piel y color a vuestros instantes de palabras en silencio. Sentidas, mas no pronunciadas.

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6.11.13

Otoños


Joaquín Marín


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Ayer, mientras te esperaba, se me hizo otoño.
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Era noviembre. Se mustiaba la sonrisa, sin raíz ni futuro. Se convertían los labios en pulpa seca, en pasas sin brío ni dulzor. Y los ojos eran arrastrados por el viento hacia el invierno de la nada. Era noviembre, mes de difuntos.




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La fulla morta



Se miró en el espejo y no vio su rostro. Vio una hoja muerta. Era savia hecha ceniza ya su vida.

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A la orilla de tus labios





Amanecí y vi que era otoño, y domingo. Salí desnudo a la mañana y me vestí de tomillos e hinojos junto a los pinos, y me calcé borceguíes de romero, que siempre presagia mieles. Y me perfumé de espliegos y jaras mientras herrerillos, carboneros y gafarrones escribían melodías en los pentagramas del ramaje. Y luego anduve por senderos agrestes y empinados hasta llegar a los dominios de la fantasía. Y allí me desnudé y me tendí en la orilla de tus labios, que eran olas continuas deslizándose por mi piel. Y...



Pérdidas



Era otoño, tiempo de adioses y pérdidas. Había perdido el cielo su horizonte de mar; y el el mar las olas; y las olas los narcisos de sus espumas; y el molino sus aspavientos... y yo la partida contra ti.
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Náufrago de tierra firme




Me acerco a veces hasta nuestra playa. Sé que ya no están las huellas de tus pies descalzos sobre la arena, junto a los míos. Y en vez de aquellas brisas serenas perfumadas de sales, un viento lúgubre y soso, de otoño, me cruza la cara, me parte el alma en mil pedazos y hace puzzles con ellos en el crepúsculo. Me detengo de trecho en trecho, con mi soledad de náufrago de tierra firme, y miro allá lejos, lejísimos, donde cielo y mar se besan como nos besábamos entonces tú y yo: eternizando el horizonte nocturno del deseo. Nadie besaba como nosotros, eso nos decían las últimas gaviotas trazando arabescos de sombra sobre nuestras cabezas, sobre nuestras bocas enlazadas, sobre la única silueta que eran nuestros cuerpos...



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El ventanuco 




Entornado con la tristeza de un ojo moribundo, el ventanuco mira sin fuerza a poniente, al lodazal de tarquín que alguna vez -jirones de la memoria- fuera cañal húmedo, nido de aves acuáticas humildes, gregarias, que garabateaban con sus alas el espejo lento del Segura. Cañal, nido y espesura selvática para los juegos ingenuos de los niños que fuimos alguna vez. 

Y esa tenebrosa y desfallecida mirada del único ojo de esa faz derruida, el ventanuco, esa querencia hacia el ocaso hueco de la tarde, es ya sólo metáfora, sólo ceniza huertana, sólo una reliquia miserable de lo que fue ostentación, lujo de arterias pujantes, de raíces amamantadas y abundancia de sudores recompensados... rayo herido, que sí cesa.

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Influjo



Pensé en ti, y te imaginé como una simple rosa, humilde y bella en su sencillez, y hasta malherida de silencios y soles asesinos, arañada de irreversibles ausencias, y estragada por los filos traicioneros del vivir. Pensé en tu perfecta imperfección, y ansié los pétalos abiertos al gozo de tu cuerpo, el aroma embriagador de tus pliegues más ocultos, el fuego eterno de tu cráter pródigo, el jugo florido de ansiadas mordeduras y soñados besos; el fragor de íntimos combates, de torbellinos de pieles de terciopelo llenas de rocío...

Pensé en ti, como ahora pienso...



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